Nos quedaremos de plástico
Por José Luis Fernández Rodrigo
A estas alturas de nuestra historia industrial en la Foia, pocos cuestionarán que el plástico nos ha salvado de una previsible debacle. Aunque nuestras empresas señeras y con más proyección exterior siguen siendo las del juguete, con nombres propios que se han ganado prestigio y solera en mercados de medio mundo durante varias décadas, la competencia amarilla esclavista amenaza con devorarnos con malas artes y cada vez tiene más peso ese otro tejido productivo, el del plástico.
Ahora, aunque de momento se trate de un futurible, un experimento, una idea... hablan de fabricar juguetes también con cáscaras de almendra. Irían mezcladas, dentro de un nuevo material, con plásticos, pero la cosa pinta bien, para aprovechar un residuo que se genera en estas tierras en abundancia. Ojalá no haya suficiente para todos los pedidos que vengan.
El invento es ecológico, biodegradable y, como era de esperar, se ha parido en el Instituto Tecnológico del Juguete. Incluso hablan de que se puede utilizar en otros sectores, como el automóvil, los muebles y la decoración. Con lo que nuestros increíbles polígonos industriales, siempre voraces de solares para ampliarse, pueden seguir su expansión como polos de atracción de empresas de otros ramos. Lástima que el plástico, nuestro oro particular, no deja de venir del petróleo, y por ahí sí que lo podemos pasar mal pronto.
Lo llevan diciendo desde que muchos de nosotros éramos niños, en los años 70, pero con los precios actuales, la vergonzosa guerra en Irak y los movimientos de la industria del automóvil, preparada ya desde hace tiempo para dar el cambiazo de fuente de energía, ahora se diría que la cosa va en serio y se agota el oro negro. Y entonces nos quedaremos de plástico, como vulgarmente se dice ahora, al quedarnos sin plástico. A ver si en AIJU o en algún otro laboratorio inventan un sustituto de ese material, con los restos de la oliva, por ejemplo, o de pino. Que de eso también tenemos.
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