Violencia audiovisual
La actualidad de la Foia de Castalla se parece a una película tipo El Padrino y no a lo que debería llenar los espacios informativos de una comarca donde el paisaje se compone de olivares, almendros, viñedos, pinadas y algunas florecientes industrias.
Nuestra realidad se ha embravecido con episodios más propios de grandes urbes donde entre los excluidos germina un grupo de violentos –la mayoría, mala gente, porque se puede ser pobre y no perder las buenas entrañas- y donde el aire se hace irrespirable por momentos.
En pocas horas, se ha detenido a un agente de la Policía Local de Castalla acusado de extorsionar al regente de un bar, un profesor del instituto de bachillerato de Ibi ha denunciado las amenazas de agresión de un alumno adolescente y el Ayuntamiento (también de Ibi) ha decidido instalar cámaras de vídeo en dos plazas del pueblo para vigilar el vandalismo.
Las tres historias resultan de lo más cinematográfico, tristemente cargadas de fuerza narrativa, por el vigor y la autenticidad que dan los hechos verídicos.
Debe tratarse del reflejo de que somos cada vez más generaciones de cultura audiovisual pura y dura, lo que no tiene porque entrañar violencia, pero el tipo de mensaje que nos llega la banaliza, me da la impresión.
Nos comportamos como espectadores zapeantes a los que les pasean por delante de los ojos escenas preñadas de agresividad, de tipos duros, de gente que se desenvuelve en la vida a golpes, también de suerte. Porque el único valor que nos deja, como poso, mucha de esta creación televisiva, cinematográfica y de videojuegos, es que hay que vencer a toda costa, y la victoria consiste en el dinero fácil y la destrucción como diversión.
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