'En mis obras se puede hallar mi existencia completa, mi completa visión de la vida...También se puede encontrar mi angst, mi ansiedad, mis miedos'. Gustav Mahler
Hortensia Rico Brotóns ha fallecido en el Hospital de Elda, tras haber vivido dos años en Petrel de dolencias constantes iniciadas algunos años antes en Ibi, lugar donde había nacido y donde vivió el resto del tiempo hasta completar los ochenta años de edad que ahora tenía.
Hace un mes, aproximadamente, en un intento último por insuflarle ánimos, le prometí posibilitar su retorno a Ibi –su Ítaca querida- tras acondicionar los difíciles accesos a su casa; pues su progresiva invalidez –llevaba dos años en silla de ruedas- la habían hecho inhabitable para ella. Esta propuesta –que yo le hice a solas mientras esperábamos al medico y sin previa consulta al resto de la familia-, pareció hacerle recuperar parte de su ánimo perdido. Pero la muerte –que siempre acecha silenciosa e imperturbable- se ha anticipado al proyecto truncándolo de raíz, como tantos otros sueños del afán humano, vilmente frustrados, gran número de ellos, sin siquiera haber sido pergeñados. <
> nos avisó Manrique en las Coplas a la muerte de su padre.
Dos cosas he hecho para Hortensia que, no habiendo podido eludirlas, y, por eso mismo, me han supuesto un fuerte dolor; me han lacerado el alma: la primera en el tiempo, diseñarle su lápida familiar cuando, hace unos años decidió inhumar los restos de su tía Hortensia al haber sido separados de los de su esposo, por los hijos de éste –a quienes ella hasta entonces consideraba su única familia natural- para depositarlos junto a su primera esposa; otra, redactar este obituario, que no podía rechazar porque, además de habérmelo pedido encarecidamente sus amigas de Ibi, Hortensia tiene en nuestra historia familiar una consideración que va más allá del manido tópico popular que suele apostillarse cuando a la sazón se espeta: <>. Siempre he dicho (y, a ella, particularmente, en más de una ocasión) que los lazos familiares no son nada ante la fuerza espiritual de los sentimientos cuando éstos son producto de la síntesis entre razón y verdad. Goethe lo dejó expuesto de forma magistral en Werther en aquel profundo axioma que, desde hace tiempo, forma parte de nuestro credo familiar como <> en qué quedaron transustanciadas las múltiples vivencias que Finita vivió junto a Hortensia en Ibi y cuya huella se hizo perceptible con el devenir de los tiempos.
En el epitafio genérico, que comparte con su abuela, su madre y su tía Hortensia, por decisión propia –de ahí el diminutivo familiar que la distinguía de aquella- queda reflejado su hondo sentimiento ascético, del que dan cuenta los hermosos versos de Paco Mollá que seleccioné, para tal fin, del libro Alma, contenidos bajo el epígrafe “HORA FINAL”: <>.
De trato afable y distendido no por ello dejó de aplicar en su conducta, hacia los muchos alumnos que pasaron por sus aulas (ambas por ella misma ejercidas como titular y sin más subvención que la fuerza de su tesón), el rigor en el método y la firmeza en su aplicación. Sirvió por igual a la sociedad ibense de su tiempo desde las dos áreas en que proyectó su vocación hermenéutica: como profesora de mecanografía, formando a varías generaciones de administrativos para la industria juguetera; y como profesora de piano -su gran pasión-, ofreciendo su eximio arte a varias generaciones de jóvenes, de los que algunos han sabido recoger la llama sagrada del arte de la música, que Hortensia prendió en ellos con el candor con que José Bergamín definía el arte de torear: la música callada…
Así ha quedado ahora su viejo y sonoro piano de gastadas teclas de marfil, pero de vibrante corazón de acero. Cuando hace unos días volvimos a su casa, no pudimos resistir la tentación de abrirlo. Vinieron a mi mente muchos recuerdo vividos en su compañía y, como en un sueño fugaz –transcurrieron apenas unos segundos- percibí, al cerrarlo que, bajo su tapa, seguía perviviendo el espíritu de Hortensia al recordar la época en que todos los sábados, durante más de dos años, nos estuvimos trasladando de Petrel a Ibi a que ella, haciéndonos testigos mudos de su paciente tenacidad (esa paciencia que llamó talento Flaubert basándose en Buffón) impartiera su intensiva clase de piano de tres horas consecutivas a nuestra pequeña hija Mª Jacinta –que ella siempre a considerado la <> en sus apartes íntimos- y que dio como resultado que ésta superara la prueba que la evaluaba de seis años de carrera de piano en el Conservatorio de Elda, antes de proseguir sus estudios de Filosofía en la Sorbona de París, que ahora concluye, pero que no fue óbice para que llegara a tiempo de despedirse de ella. Y, a pesar de mi poca proclividad al fetichismo mundano me despedí de su tan amado instrumento musical susurrando para mi interior: “A pesar de tu sonoro corazón de acero, viejo piano, ahora te has quedado en silencio”.
Reconforta ver muestras del mucho afecto que generó entre sus coetáneos llorando junto a nosotros la pérdida irreparable de Hortensia, como quien pierde realmente algo propio. Ese sentir colectivo reconforta y conmueve y se hace mítico –trasciende la realidad material o somática de la biografía para impostarse en su lugar el valor de la leyenda- más allá del propósito <> -dicho con la ayuda de Niezstche-, que inspiró la vida de Hortensia,
Nosotros, por nuestra parte, al igual que hiciéramos cuando quisimos dar cauce de expresión al sentimiento que albergaba Hortensia, para proyectarlo en su epitafio futuro y que ahora ha tomado carta de naturaleza, recurrimos de nuevo al verso inefable de Paco Mollá plasmado en su “ÚLTIMO DESEO”, al proyectar la íntima aspiración que subyacía en el yo interno de quien nunca dejó de sentirse reflejada bajo el epíteto de aquella “profesora de piano” que Hortensia siempre quiso ser y fue en Ibi: <>.
Fdo.: María Jacinta Ortega, Finita Máñez y Oscar L. Ortega
J.T.