¡Qué difícil es ser Dios¡
Frank Abel Dopico
Mi hijo va a clases de Religión. Fue él quien decidió asistir diciéndonos que sí, que quería ir con un por qué sencillo y diestro: sus compañeros de clase también iban. Aunque en casa no vayamos a misa, cada Navidad construimos un Belén y hacemos una cena de Nochebuena quizás porque todos la hacen pero es seguro que el por qué mayor es que no hace daño. En Nochebuena se reúne contenta la familia y mi hijo cuela leones e hipopótamos en el Belén y gusta de ir avanzando a los Reyes Magos y se alegra cuando aparece el Niño Jesús.
Ese el panorama más o menos idílico de la sociedad española. En lo personal a mí me basta el hombre que fue Cristo y poco me importa que sea dios. ¿Soy entonces un ateo practicante, un cristiano no católico? Pues no sé. Cuando digo: “ese hombre fue tan bueno” mi hijo me pregunta: “y, si era tan bueno, ... ¿por qué lo crucifican todos los años?”. Me dan ganas de contestarle: “Por eso. Porque era bueno”.
Más inocentes que mi hijo son quienes piensan que la Iglesia y el Estado comparten espacios de influencia. La separación de ambos es un hecho antiguo que confirma nuestra modernidad. Ambos son modernos en lo que les conviene. Así el Gobierno de turno aprueba o no medidas según sus intereses de púlpitos resueltos en urnas y los curas de nuestra comarca anuncian que oficiarán misas en inglés. Será que últimamente nada me asusta pero sé que el Estado es una suma de empresas privadas y que Jesús no predicó en inglés ni en español. Ni siquiera en latín. Y si es un mito la mayoría católica de la sociedad española también es verdad que los gobiernos progresistas terminan pareciéndose a animales mitológicos, ya sean centauros o quijotes.
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