Seguimos como antaño
Por Juan Jose Fernandez Cano
Da la impresión de que los ibenses somos víctimas de un maleficio en lo que se refiere a Enseñanza. Cada nuevo curso que se empieza, viene con sus problemas debajo del brazo, problemas a los que hay que hacerles frente con los alumnos en la puerta del colegio, en un ambiente angustioso de: sálvese quién pueda.
Esta necesidad de echarse en brazos de la improvisación podría estar justificada hace 30 ó 40 años, cuando la población de Ibi aumentaba de forma desmesurada, sobrepasando cualquier previsión establecida. Eran tiempos de auténtica locura en los que no quedaba otro remedio que ir a remolque de las circunstancias, esto viene a decir: atajar los problemas allí donde surgían, ya que el ritmo de crecimiento demográfico no permitía otros lujos. Se construyeron nuevos centros de escolarización y, aún así, hubo que recurrir a barracas metálicas, con lo que ello conlleva de provisionalidad que espera tiempos más propicios.
La pasada década bajaron los índices de natalidad hasta cifras preocupantes, lo que, dentro de lo malo, daba motivos para pensar que, por fin, los niños ibenses no tendrían problemas para acceder a su escolarización en condiciones adecuadas; vana ilusión: la precariedad de las barracas metálicas continuaría formando parte de nuestro paisaje educativo, como si de un mal endémico o una maldición bíblica se tratara.
Seguimos parcheando el asunto año tras año, como si el hecho de que llegue septiembre y los niños tengan que volver al colegio, fuera una eventualidad que nos coge por sorpresa. En este aspecto, Ibi es el pueblo de ¡quién iba a pensar! Y el caso es que, hasta anteayer, como quien dice, se nos pretendía convencer de que vivíamos en la opulencia, recuérdese la cantidad de millones que venían de Consellería destinados a la mejora de institutos, hasta el extremo de convertir uno en escombros, para edificar otro encima. La villa hierve en obras de envergadura, como son los nuevos juzgados, el Centro de Salud y la del Cinema Río, levantada también sobre sus escombros.
Ibi, y concretamente sus gobernantes municipales, se han dejado llevar por esa euforia urbanística (con pies de paja) que ha imperado en los últimos años, un entusiasmo que ya comenzamos a pagar todos, aunque, lo lamentable, es que sean los más inocentes, en este caso los niños, quienes paguen los platos rotos, al encontrarse con la desoladora realidad de que las infraestructuras del curso pasado, lejos de haber subsanado sus deficiencias, las han incrementado con otras nuevas, más graves, si cabe.
Llegado el momento de buscar culpables, dirigimos nuestros ojos a Consellería, esta, posiblemente al Gobierno Central y aquel no me extrañaría que al Generalísimo o a la Divina providencia, pero a la postre, serán los chavales de Ibi, sus padres y los profesores, quienes carguen con el mochuelo.
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