La Enseñanza
Por Juan José Fernández
Los profesores se quejan de que la cosa no va bien. Los padres de alumnos coinciden en esta nefasta teoría y los hijos de dichos padres, o sea, los que más grande tendrían que portar vela en este entierro, se encogen de hombros como si la cosa no fuera con ellos; el panorama, a ratos, llega a adquirir visos de cosa perdida, de desolación, vamos.
Del Ministerio no paran de salir normas nuevas, cambios, reajustes y lavados de cara que lo más que logran es despertar agrias polémicas que al final quedan en agua de borrajas y el sistema educativo continúa dando barquinazos como borracho que ha perdido el norte.
Los profesores apuntan (como una de las múltiples causas del llamado “fracaso escolar”) el comportamiento erróneo de los padres de los alumnos desde el momento en que éstos dejan de ser bebés, al no dedicarles las atenciones que requiere este importantísimo menester, como principio básico en la orientación de todo ser humano y, no lo hacen por maldad ni por ignorancia, dicen, sino por la imperiosa necesidad que nuestras formas de vida actual nos plantea.
El que los dos miembros del matrimonio o pareja trabajen fuera de casa, ya conlleva a que el niño pase muchas horas, demasiadas horas, al cuidado de terceros que, no siempre están cualificados o tienen la suficiente sensibilidad y paciencia que requiere tan delicada labor. Hay un recurso del que echan mano casi todos los cuidadores de niños, sin excluir a los propios padres: instalar al niño o niña, desde que apenas comienza a andar, en un sillón frente al televisor, dicen que para que esté entretenido y no incordie.
El crío no tarda en engancharse a este mundo ficticio que lo irá absorbiendo, intoxicándolo de una fantasía mecánica y artificial que, en los más de los casos, poco o nada tiene que ver con esa otra fantasía que todo ser humano, niño o adulto, necesitamos para evadirnos, siquiera sea algún que otro rato de la cruda realidad.
Estos, y otros muchos traumas son, quizás, las causas de que los infantes lleguen a las aulas de su primera enseñanza con una predisposición a la apatía. Sin embargo, los profesores no pueden contagiarse de esa apatía. Su oficio les obliga a luchar a brazo partido contra todos los estigmas que lleven consigo los niños a causa de una iniciación equivocada en su orientación y tratar de despertar en ellos un interés por el aprendizaje escolar algo que, habrá de ser decisivo en toda su vida posterior; ahí estriba, creo yo, la importante labor del profesor.
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