Como perros hambrientos
Por Juan José Fernández Cano
La temida palabra crisis, ya no solo se oye, sino que se puede tocar con los dedos. El aumento del desempleo y la carestía de cuanto necesitamos para vivir son signos inequívocos de que la cosa económica no está como para curarla con paños calientes, pero el mal no acaba ahí, el fantasma del frenazo económico que ya se nos presenta sin recato ni disimulo, nos pone ante los ojos facetas que van a dar lugar al cierre de muchas pequeñas empresas y por tanto, a más despidos. Me refiero a las devoluciones, a la temible lacra de los impagados, cáncer de cualquier empresa.
El tejido industrial de nuestra comunidad se compone en buena parte de estas miniempresas que dan trabajo a una familia y a ocho o diez asalariados. A medida que la cartera de pedidos disminuye se les va dando la carta de despido a los asalariados, en algunos casos solo quedan en la empresa los miembros de la familia y si la cosa continúa yendo a menos, algunos de la propia familia terminarán en la calle, esto, con ser malo, no es lo peor, porque a medida que mengua el trabajo, lo hace también la plantilla. Pero cuando se han realizado unos trabajos, con los consiguientes gastos de materiales, sueldos, cargas sociales y un sin fin de añadidos y al cabo de sesenta o noventa días de espera el cobro de algunas de las facturas no llega, la empresa camina al cierre de forma acelerada.
Escudándose en que las cosas no van bien, muchos desaprensivos han encontrado el terreno abonado para escurrir el bulto cuando llega el día de pagar sus facturas, echando mano de recursos tan manidos como son aducir aquello de: ya le envié el cheque, pero usted ya sabe cómo funciona Correos en nuestro país o, el talón para pagar su factura lo tengo sobre la mesa a falta de que lo firme el jefe. Cuando días después preguntamos por el jefe, se nos responde que está de viaje largo, o está reunido. Cuando, tras cuatro o cinco meses de espera, el acreedor comienza a perder la paciencia, se expone a que el moroso le diga de muy mala manera: ¡oiga que a mí también me deben! Cualquier táctica parece ser buena para esta mala gente, con tal de retrasar el pago de sus deudas lo máximo que se pueda y, si es posible, que terminen en la papelera.
Si el Gobierno, ya que dice estar dispuesto a adoptar medidas contundentes para salvar el escollo económico en el que estamos inmersos, no pone freno a esta falta de respeto por el pago de trabajos realizados en industrias, o en la actividad que sea, acabaremos destruyéndonos, despedazándonos como perros hambrientos y, esto supondrá cerrar empresas, cerrar negocios y mandar trabajadores a su casa, que son, al cabo, los eslabones más débiles de la cadena y por tanto, quienes con más crudeza habrán de sufrir las consecuencias del descalabro.
De todos estos desmadres se le suele echar la culpa al gobierno de Madrid, pero yo me pregunto: ¿nuestro gobierno autonómico no tendría potestad para remediar esta lacra que supone el asunto de los impagos igual que la tiene para obligarnos a pagarle a él los impuestos que nos corresponde?
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