Las esquinas de la crisis
Son muchas las caras que día a día nos va mostrando la crisis y ninguna guapa, por cierto.
En los trabajadores de la construcción (ahora en paro la mayor parte de ellos), se está estableciendo una lucha feroz por echarles mano a los escasos trabajos de reparación que van saliendo, las llamadas “chapuzas”. Muchos de estos parados se están dedicando a hacer chapuzas por su cuenta cobrando las horas a la mitad de como suele cobrarlas el autónomo que está dado de alta, y por tanto, obligado a cubrir sus gastos fiscales y sociales. El resultado de esta competencia desleal, junto a la escasez de trabajo, es que los trabajadores autónomos del ramo se están dando de baja a un ritmo más que preocupante, pensando, con razón, que desde el clandestinaje se puede competir con los clandestinos en igualdad de condiciones.
Hasta no hace mucho, el ramo de la construcción (sobre todo quienes se dedicaban a ejecutar obras promovidas por las administraciones públicas) funcionaba de mayor a menor, esto quiere decir: desde la gran empresa, bien situada políticamente, que accedía a la sustanciosa tajada, hasta la última cuadrilla de destajistas que ejecutaban la obra, tras haber bajado por una escalera en la que el pastel dejaba una, más que razonable porción en cada peldaño. Así han venido funcionando las cosas en nuestro país, hasta casi hacernos creer (incluyendo a los mismísimos sindicatos) que todo discurría por cauces normales y, así nos luce el pelo: hoy sufrimos una particular crisis española, dentro de la gran crisis del mundo occidental. El trabajo, que en conciencia debería ser fuente de bienestar social, ha pasado a ser abrevadero de especuladores.
Y esto se había venido reflejando en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, cada cual ha abusado de esa falsa situación de abundancia con arreglo a las oportunidades que le han venido a mano; el electricista, el fontanero y el mecánico de automóviles, nos han pasado facturas que rozaban el atraco, por no hablar del albañil que nos arreglaba una gotera o las dos baldosas que se movían en el pasillo, ya que para ejecutar tal reparación, había que pensar en un préstamo bancario. Se había perdido el sentido de la mesura, entrando de lleno en el lema de maricón el último. A pesar de todo, y aún reconociendo que todos, en mayor o menor medida, necesitábamos una cura de humildad que nos hiciera comprender que el abuso no debe ser nunca la forma de ganarse la vida de un trabajador autónomo, resulta tristísimo ver cerrar sus puertas a pequeños negocios, así como a trabajadores ofrecerse a realizar tareas cobrando las horas a la mitad de su precio actual valiéndose de la ilegalidad. El trabajo pierde la dignidad, que es su propia esencia, cuando anidan en sus entrañas la especulación, la ilegalidad o sus brutales diferencias de precio, el ir del abuso a la miseria.
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