El estatuto de Pototo y Filomena
Por Frank Abel Dopico
Pues Ella y Él son de esa generación de yupis de a mediados de los ochenta, con hijo independiente y una vida más o menos tranquila. Ella me dijo que el secreto de sus felicidades está en esa austeridad que todos llaman sentido común. Tras casi treinta años de relación su amor sigue vivo, alimentado y generoso. “Hace unos cuantos años decidimos comprarnos un par de juguetes eróticos: dos muñecos: chica y chico”.
“Se llaman Pototo y Filomena y viven en nuestro armario”, dice Ella. Salvo el gasto de agua para lavarlos no hacen otra mengua al tesoro familiar. Ni comen ni beben, ni tienen frío ni calor. Ni gastan ropa o gasolina. Tampoco se drogan ni caen enfermos. Son obedientes y serviciales. “Una maravilla de personas”, sonríe Él. Fue Ella quien, tras una discusión, sugirió la idea: “¡Pues cómprate una muñeca hinchable!” “Y yo eché a rodar los números”, comenta Él. Entonces un juguetito así costaba un millón de pesetas. Y Él calculó: “La situación de mi mujer puede durar tres o cuatro años”, pensó y dedujo la posible ganancia económica, la plusvalía de la relación entre el juguete y los meses, poniendo antes por delante sus necesidades fisiológicas. Sí, no había dudas: Filomena venía de camino.
Pero no era tan fácil colarle Filomena a su mujer y, como siempre han hablado claro, llegaron a una conclusión sabia o nada salomónica. No se pusieron a tirar cada uno de los brazos de Filomena sino que apareció Pototo, el segundo muñeco. Con esa paridad genérica y con la igualdad de la mujer resuelta, Ella y Él comenzaron a sortear las temporadas malas, los malhumores del invierno y los agobios del verano. “Nos pusimos algunas reglas de juego de las cuales ya no queda ninguna”, apuntan. “Y sumando los gastos que no tenemos y que nos hemos evitado, las ganancias económicas también son de destacar.” Igual mienten. Puede ser que Pototo y Filomena sean ellos dos desnudos, recién descubiertos en el espejo de su armario. Dicen que la gente está muy loca.
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