Viene San Pablo
Frank Abel Dopico
Si Granero lo ha dicho, Pablo Milanés viene a Ibi. Pablo Milanés puede ser –nunca se sabe– la voz de la canción protesta si en ese ordenamiento juntáramos las palabras de Serrat, de Silvio, la vocecita inmensa de Caetano Velosso, de algún griego francés, de Patxi Andión tan mi poeta, el que anduvo tanto por las ramas, el juglar, el buen Ovidi Monllor, todo ese caldo de raíces todas juntas. Como el buen John Lennon, digamos. Pero viene a Ibi San Pablo. Pablo Milanés, la voz.
¿La voz? Ese hombre mulato casi negro representa una de las más prestigiosas, creíbles y libres instituciones de Cuba con o sin Fidel Castro. Pablo se justifica por él mismo. Si Silvio no puede representar toda la humanidad de la isla sino su propio accidente humano, Pablo Milanés contiene el discurso más coherente. El más peleón. Como ese guajiro guitarrista llamado Pedro Luis Ferrer, a su manera Pablo es uno de los pocos cantantes –no cantautores– que puede hacer un recorrido memorial por la música de su país. Él es una de esas voces que dicen “lo que me echen”. Ha recorrido con fortuna el imaginario musical cubano y ha inventado piezas inmortales del imaginario trovadoresco.
Sin embargo lo de San –podemos pensar (en) San Pablo– es una humorada, un chiste natural cubano. A Pablo Milanés lo conocí tirando un mantel junto a Raúl Torres y lo conocí diciendo, hace poco, hace siempre, que el Gobierno de los Estados Unidos, no su pueblo –sí el asco de su sociedad, los tristes crepúsculos de las transnacionales–, es el más terrorista del mundo. Pablo Milanés y Cintio Vitier son las instituciones cubanas más fiables.
Él ha elegido la música y ha elegido bien. Ha elegido la posibilidad de ser la locura entre el extravío: la voz de la noche cubana con sus jardines invisibles.
[volver]