Los olmos de La Pileta
Algo debe haber mejorado la contaminación del aire, gracias, sin duda, a las medidas que últimamente se vienen tomando poniendo freno a las emisiones de CO2. Es posible que terminemos concienciándonos, de que convertir nuestro mundo (la casa de todos) en un estercolero, sólo puede conducir a nuestra propia destrucción.
Hay signos inequívocos de que nuestro desenfreno todavía está a tiempo de redimirse y esto supone una bocanada de aire fresco en un pecho a punto de estallar. La Pileta siempre supuso para mí (y estoy seguro que para mucha gente más) uno de los lugares más atractivos de la periferia de nuestro pueblo: su puentecillo, el riachuelo que discurre bajo su arcada, el pequeño lavadero que hay bajando la cuesta, a la izquierda, los álamos y el enorme nogal y, sobre todo, los olmos, cuyo ramaje apenas dejaba ver el agua de las dos balsitas que había –y continúa habiendo– junto a sus troncos.
Esos olmos que ocultaban también al ruiseñor que desgranaba sus trinos los atardeceres de primavera, que junto al rumor de las esquilas de algún rebaño que se acercaba a beber a los remansos del riachuelo, y el aroma a mieses recién segadas, armonizaba un deleite para los sentidos.
Los olmos comenzaron a languidecer hace próximo a una década: enfermaban y se secaban. Al llegar la siguiente primavera brotaban nuevos retoños de sus troncos, en un tenaz y angustioso afán por sobrevivir, pero a mitad del verano sus hojas se marchitaban y caían como si estuviéramos en vísperas de navidad, hasta que llegó una primavera y no brotó ni un solo tallo, y a la siguiente tampoco. Así han estado ocho o diez años. Mis queridos olmos habían muerto definitivamente, se podía extender su certificado de defunción, así como el del ruiseñor que alegraba los atardeceres de cada mes de mayo desde las honduras de sus ramas. Qué habrá sido del ruiseñor…
Después de tanto tiempo y ya que los dábamos por perdidos, esta primavera nos han sorprendido gratamente con unas macolladas de tallos verdes y vigorosos, brotados, sin duda, de sus raíces más hondas y mejor guardadas y, lo más esperanzador es que se mantienen vivas en las fechas que estamos, haciéndonos concebir la ilusión de que volveremos a ver La Pileta con sus olmos y su ruiseñor.
Dejando a un lado la parte poética, sin la que yo, he de confesarlo, no podría vivir, o viviría muy mal, toca decir que el olmo es un árbol extremadamente sensible a la contaminación atmosférica. Si se está produciendo esa especie de resurrección, es porque algo hemos mejorado en nuestro comportamiento hacia el Medio Ambiente. Por el bien de los olmos de La Pileta y por el nuestro propio, sigamos así.
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