¡Viva el progreso!
Hasta no hace muchos años, era cosa corriente ver por estas fechas a cuadrillas, formadas por familias, aplicadas en recolectar su cosecha de almendras. Una estampa que se va borrando de nuestros campos y que parece estar condenada a desaparecer. Hoy comenzamos a ver atónitos cómo éste, antaño preciado fruto, languidece aferrado a los almendros sin más futuro que ser arrojado al suelo por vientos y temporales; las famosas almendras de la sierra alicantina, que dieron nombre y prestigio internacional a los turrones de Jijona, se pudren en los barbechos como semilla de la más vil cizaña, ¡vivir para ver!
Hace como dos décadas, las almendras de nuestra comarca se cotizaban entre 140 y 170 de las ya desaparecidas pesetas por kilogramo y quienes las cultivaban se quejaban de que no era un trabajo rentable, porque el año que se lograba una mediana cosecha, tras haber superado las escarchas tardías y otros caprichos meteorológicos, apenas quedaba un jornal miserable, pero la cosa ha desembocado en ruina irreversible cuando los caprichos del mercado han llevado a este rico producto al miserable precio de 35 o cuarenta céntimos de euro por kilo. Ya no se trata de que el jornal que saca el agricultor es pequeño, sino de que no existe tal jornal, puesto que el producto, una vez cosechado, no da, ni con mucho, para cubrir los gastos de abonos, recogida y transporte y productos para fumigar los almendros. Y no contemos el labrado y poda porque entonces falta dinero. El agricultor ha de pagar por el “placer de cultivar sus tierras” como si fuera socio de un club de tenis.
Nuestras mentes (las de las gentes sencillas, quiero decir) quizás no adaptadas aún a los tiempos que corren, no entienden cómo antes de estar globalizados muchas familias subsistían, al menos, cultivando un pedazo de tierra, cuidando un rebaño de ovejas o faenando con una barca de pesca. Y en cambio ahora, que el cultivo de las tierras se ha mecanizado, desarrollando más una máquina que antaño 20 hombres, la pesca se desarrolla en piscifactorías en las que la producción es intensiva y la ganadería se ha transformado en fábricas de producir carne y leche, hemos llegado al lamentable extremo de que: los pescadores se quejan, con razón, de que no pueden vivir. Los agricultores dejan perder sus cosechas porque no vale la pena recogerlas y los ganaderos dejan correr ríos de leche calle abajo porque tampoco les salen las cuentas y encima los sanciona Bruselas por exceso de producción. En tiempos no tan lejanos, muchos agricultores, ganaderos y pescadores en situaciones difíciles, encontraban donde ganarse el pan en otras labores menos ingratas, como la Industria, los Servicios o la Construcción, pero… estos sectores de nuestra economía no están ahora, precisamente, para llamar a su puerta en demanda de trabajo.
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