Por Pedro Álvarez Calvo
La casualidad quiso que fuese a los dos días de que el Reino Unido votase la permanencia o no en la Unión Europea que yo cogiera unas cortas vacaciones y me encontrara de regreso en España. Las preguntas me llovían al llegar pero apenas había reflexionado ni comentado con alguien lo que significaba el ‘leave’. Después de una campaña laxa, en lo que lo único reseñable fue un papelito a favor de la permanencia que alguien me había dado el mismo día de la votación en la boca del metro, momento que recuerdo porque violaba estupendamente nuestro chorra día de reflexión, y algún banderín inglés colocado en algún coche los días previos, que pude confundir, ahora lo pienso, con algún forofo de la Eurocopa, apenas tenía la sensación de que había ocurrido algo reseñable.
Yo venía, después de todo, de Londres, un feudo claramente a favor de la permanencia, con un reciente alcalde de origen paquistaní, donde la gente turistea, trabaja o estudia y va y viene, al fin y al cabo, sin problemas. Un suceso tan penoso como el de Manchester, con dos quinceañeros increpando a un hispano para obligarle a bajar del autobús, me parece impensable en un autobús londinense, pero parece que las sorpresas son eso, sorpresas, porque también allí se votó a favor de la permanencia.
Más allá de las repercusiones políticas y económicas que puedan suponer la salida del Reino Unido de la Unión Europea, una unión que desde un principio fue a la carta y acorde a los más convenientes tratos que históricamente se han trazado en este país, lo que a mi entender parece obvio es que en todos los países la querencia por el terruño, los nacionalismos y todas las ‘ideícas’ que tengan que ver con que los paletos defiendan sus miserias, hacen estragos.
Este problema en España adquiere tintes extraordinariamente desagradables desde algunos gobiernos autonómicos, pero parece que un paleto inglés no tiene nada que envidiar a un paleto español, y que la única diferencia es que al inglés se le pregunta de vez en cuando y “ya veremos”, y el español maneja desde hace años los resortes de los gobiernos.
Respecto al resultado de la consulta sobre la permanencia hay que decir que no es vinculante; es el parlamento británico quien tiene que valorar y decidir en última instancia. Ya a los dos días se habían recogido dos millones de firmas para repetirla y pocos días después se descubrían las mentiras sobre las que se basó la campaña del partido conservador a favor del ‘leave’.
Sea como fuere, el resultado sí ha pasado factura política, puesto que ha habido una larga lista de dimisiones en los dos grandes partidos, incluyendo el presidente del país, a la que se suma una fractura social evidente.
Lo que me pregunto ahora es qué quedará del Reino Unido si todo sigue adelante, porque Escocia, Irlanda del Norte y hasta el grano Gibraltar están en contra y están dispuestos a luchar hasta las últimas consecuencias. Parece que esta vez la querencia por el terruño, afortunadamente, no les saldrá gratis. En España la seguiremos financiando.