Por José Luis Fernández Rodrigo
Cuando un artículo periodístico se titula con interrogantes, sobre todo en esta era de Internet, suele tratarse de un análisis, una información práctica en la que se enumeran una serie de razones para aclararle al lector el tema. Todo muy sintético, telegráfico y útil.
Pero en este caso, lo planteo como pregunta porque no tengo clara la respuesta. Quienes veíamos “en tiempo real” (como se dice ahora) a Mazinguer Z o a Orzowei recordaremos que hasta los años 70 a nadie le entraba en la cabeza comprar nada un domingo, aparte de los medicamentos en la farmacia de guardia.
Todos teníamos asumido que el de la tienda de ultramarinos –qué bonito nombre, supongo que acuñado en tiempos de la colonización americana– tenía el mismo derecho que el resto de mortales a irse a la playa de San Juan o su caseta en la Boquera en plan dominguero. El descanso no se le puede negar a nadie –ni a Dios, que se tomó su reposo tras la Creación– y de la misma manera que para el papeleo nos adaptamos al horario de los funcionarios, por las mañanas de lunes a viernes, pues para llenar la despensa y la nevera nos lo montábamos hasta el sábado al mediodía, como muy tarde.
Los tiempos cambian. Ahora una de las formas de ocio más populares consiste en irse de compras, para qué lo vamos a negar. Cuando aterrizamos en una ciudad que no conocemos en plan turista, uno de los mejores placeres que se nos van a ocurrir será recorrer tiendas.
¿Cómo encontramos el equilibrio? Al principio, no había otra que hacer turnos, tener dos equipos para repatirse los siete días de la semana, pero el problema hipoteca a los pequeños comercios, que en muchos casos no pueden pagar más personal por falta de volumen de negocio. En la práctica, la sacrosanta libertad de horarios comerciales significa a medio plazo el cerrojazo para la mayoría de minoristas y un país de grandes superficies y macrocentos comerciales. ¿Queremos eso?
Sé que el turismo de compras es un nicho de mercado y un motor económico que va a más, además de que no se puede luchar a contracorriente contra los hábitos de la mayoría. Por todo eso no me atrevo a inclinarme categóricamente en un sentido u otro, tal vez haya que idear nuevas normas para encontrar una tercera vía. Existe un instrumento legal, las Zonas de Gran Afluencia Turística (ZGAT), donde se autoriza la apertura comercial sin límites todo el año. Quizás se podría activar una bolsa de trabajo de personal para cubrir puestos de trabajo en las tiendas pequeñas de forma rotatoria y que esos sueldos se compartieran entre varios establecimientos pequeños, por ejemplo, con incentivos fiscales o ayudas públicas.