Los lumbreras que se remangan ya para rescatarnos de la crisis con dos tazas más de liberalismo, la derecha del siglo XXI, tienen una palabra mágica: flexibilidad. A nuestro mercado laboral, el mercadeo de ganado en que nos hemos convertido los trabajadores, le sobra rigidez para que seamos competitivos, según la Biblia sagrada de la economía globalizada.
Aunque seamos tierra de pymes y microempresas, en la que la mayoría de negocios funciona con apenas un puñado de empleados y en un solo centro de trabajo, sin salir del mismo municipio, hay un empeño claro en que la ley obligue al currante a estar presto en cualquier momento a echarse la casa a cuestas y mudarse de ciudad. ¿Para ayudar a la viabilidad de su empresa? Claro que no, a la gran mayoría de patronos nunca les hará falta cambiar de sitio a sus operarios, esta nueva vuelta de tuerca está pensada para que las grandes empresas, que disponen de recursos humanos suficientes para cubrir cualquier hueco, puedan chantajear a sus veteranos: “o se va usted a 500 kilómetros de aquí a nuestra factoría del quinto pino, o no tendremos más remedio que prescindir de sus servicios”. O sea, despido más barato o gratis.
Y es que nada es menos competitivo y pasado de moda -con los vientos de modernidad esclavista que soplan- que pagarle a un asalariado antigüedad. ¿Un plus sólo por estar, por quedarse...? ¡Habrase visto! Con miles de chavales esperando y lampando por un contrato de obra o servicio, sin futuro, ¿para qué quiero despilfarrar ganancias de mi empresa en un viejo (aunque tenga 45 años, casi como los futbolistas) que tiene derechos y hasta me costará un pico si tengo que indemnizarle por despido?
A ver si el Partido Popular, llamado a gobernarnos, destapa su misteriosa panacea para sacarnos de la crisis. En su lógica productivista, supongo que podría suprimir el mes de vacaciones, los pluses de nocturnidad, por trabajar los domingos, el subsidio del paro, las pagas extra... entonces sí seríamos algo más competitivos.
Son legión en este país los que al oír hablar de Izquierda Unida, se echan las manos a la cabeza con el tópico: “¿cómo voy a votar a esos, que me van a quitar mi tienda y será de todos...?” Menudo análisis, la desamortización de Mendizábal vuelve ahora, nacionalizando en plan Hugo Chaves todo lo que se mueva.
No se preocupen, voten ustedes a la derecha y nadie les quitará sus propiedades, en ningún caso, es más, lo que hoy es de todos (Sanidad, Educación, transportes públicos, servicios sociales...) pasará también a ser suyo y de sus amigos, siempre que puedan pagarlo de su bolsillo, claro. Nada de impuestos, el Paraíso de la gente bien. Y los pobres, por algo será, qué habrán hecho. Aunque cada vez habrá más.
Con todo, nuestros problemas siempre resultarán insignificantes comparados con la tristeza infinita y sin consuelo de los allegados a Abraham Martí. Nosotros podemos luchar por un mundo mejor, discrepar y lamentarnos, pero él dio el peor paso, irreversible. Ojalá su familia pueda sobrellevar esa pena, con ayuda nuestra. Y ojalá que a nadie más se le meta esa idea absurda en la mente. Los periodistas tenemos prohibido hasta mencionar esa fatídica palabra, porque por desgracia, dicen los psicólogos que germina en otras cabezas y da su fruto nefasto.