Aunque la labor de político ennoblece –si el político es honesto con la ciudadanía y consigo mismo–, tu exacerbado sentido de la justicia lo llevabas ya cosido al alma cuando te conocí como maestro de alguno de mis hijos, antes, mucho antes de ejercer como portavoz del principal partido de la oposición en el ayuntamiento de Ibi. Por ello no es de extrañar tu pertinaz afán por poner orden y concierto en muchos, demasiados asuntos municipales, que nunca brillaron, precisamente, por su transparencia y acertada administración.
Quienes andamos al margen de siglas y colores políticos y centramos nuestro interés en hombres o mujeres, personas concretas que irradian honestidad y, además ponen de manifiesto la capacidad de gestión que tú has demostrado a lo largo de esos nueve años de escabroso papel en la oposición, tenemos claro que la política en nuestro país no anda muy sobrada de gentes que reúnan estas cualidades, la confianza de los ciudadanos acusa esta orfandad de forma más que preocupante, algo que no es bueno, ni para los políticos ni para nuestra sociedad en general. Tal vez por eso no podemos evitar sentir cierta frustración al saber tu salida de nuestra política local, puede que, tras conocer tu templanza, y a la vez contundencia como opositor, nos hayamos quedado con la incógnita de no haber llegado a saber cómo habría resultado tu labor ostentando las riendas de la alcaldía. Saber qué hay de cierto en ese viejo dicho que afirma que el poder –político, económico o del carácter que sea– transforma a las personas
De todas formas, este complicado teatro que es el vivir cada día seguirá su curso y sus actores, que somos todos, continuaremos representando el papel que nos ha tocado como Dios, el destino, o quien quiera que maneje los hilos de este mundo, mejor nos dé a entender. Sólo me resta decir que si perdemos a un político, cuya andadura ha sido provechosa para nuestro pueblo, lo ganamos como profesor y… casi me atrevería a decir, que no saldremos perdiendo. Hasta siempre, profesor.