Un incuestionable logro de la DGT, Dirección General de Tráfico, ha sido la espectacular reducción de víctimas mortales registradas en los últimos años en las carreteras españolas, algo, que ni los más optimistas nos hubiéramos atrevido a soñar, sobre todo, si tenemos en cuenta que desde principios de los años 60 hasta nuestros días, el número de vehículos en España se ha multiplicado por treinta.
La mejora en el trazado de las carreteras, la dotación de elementos de prevención y seguridad en los coches y el que se nos vaya metiendo en la cabeza que un desliz, o idiotez al volante puede desencadenar una tragedia, son, sin duda, razones de peso para que se asuma la responsabilidad que conlleva conducir un vehículo.
También cabría agregar que, tras más de medio siglo en el que el auto lleva siendo herramienta de uso común en casi la totalidad de los ciudadanos, el aprendizaje debería haber alcanzado unos niveles óptimos, dicen que la práctica hace maestros; sin embargo, el índice de muertes en los núcleos urbanos ha aumentado de forma alarmante, con lo que esta última hipótesis no cuaja con la realidad, continúa existiendo una escandalosa cantidad de energúmenos (también energúmenas, pero menos) que no merecen ir sobre un coche, si no es en los asientos traseros.
Bástenos observar a qué velocidad se circula en las ciudades: los semáforos, límites de velocidad, pasos de peatones y otros preceptos, se los pasan por el forro de la talega. Las travesías son para los peatones auténticos cepos mortales.
Puedo hablar de la que más cerca me coge: Avenida de la Provincia a la altura del barrio Sagrada Familia. Los semáforos que regulan el paso de peatones son puros adornos para ciertos homicidas que, si no matan a nadie, es porque el Ángel Guardián de este barrio trabaja a destajo, o, tal vez porque los viandantes hemos adoptado la medida –no muy ortodoxa, por cierto– de cruzar la avenida por cualquier parte que no sea el traicionero paso de semáforos.
Años atrás, solía frecuentar esta zona una pareja de la guardia civil o policía municipal, con lo que el desasosiego de los desesperados al volante cedía un tanto. No estaría demás que, en esta “M-30” ibense, descartando controles de radar, pasos elevados u otras medidas costosas, ya que la Economía no está para tirar cohetes, al menos se dejaran caer por estas esquinas de Dios una pareja de agentes con el lápiz afilado y presto a extender recetas que restaran puntos y aligeraran los bolsillos de estos “Fitipaldis” de opereta. Ello supondría también un filón de ingresos para las arcas públicas, que buena falta les hace.
¿Habrá que esperar a que nuestro atareado Ángel de la Guarda dé una cabezadita y ocurra algo irreparable?