El ‘insti’, 25 años después
Pero qué vértigo da pensar que hace ya 25 años que uno cambió el lápiz por el boli, la berlina por la Coca-Cola (y alguna cerveza), las evaluaciones trimestrales por la suficiencia -menudo palabro-, las Ciencias Naturales por Física y Química... en definitiva, el paso del colegio al ‘insti’, de niña a mujer, si se me permite la horterez.
La otra noche, unos cuantos ex compañeros del Fray Barrachina compartimos cena y las emociones tienen sabor contradictorio: como era de esperar, el reencuentro con caras que hacía años que no veíamos da alegría y ganas de repetir, porqué no, máxime cuando faltaban tantos nombres propios de nuestra historia adolescente de mediados de los 80. Pero también dejó un poso triste, en mi caso, que me contaran tantas penalidades de vidas que se han torcido, en algunos casos sorprendentemente, porque se trata de quienes más risas y chanzas repartían entre nosotros cuando convivíamos en las aulas.
Ojalá que igual que la Conselleria de Educación está a punto de reconstruir las instalaciones en otro instituto, también se pudieran rehacer esas vidas que se derrumban.
Formamos parte de una quinta histórica por numerosa, nacidos en el 70, uno de los años de pleno ‘baby-boom’ y con los institutos de Castalla y Onil todavía sin abrir, nada menos que seis clases completas en primer curso de BUP.
Inundamos aquel ‘insti’ de calor humano, de ilusiones, de miedo a suspender y, sobre todo, de ganas de aprender a ser mayor, a abandonar la infancia, aunque luego, como todo humano, nos diéramos cuenta de que las cosas resultaban más divertidas con lapiceros y el libro de Ciencias Naturales.
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