Que Camps iba a irse de rositas se lo imaginaba media España (me incluyo). No por nada especial, sino porque a los políticos suele costar mucho verlos condenados. La cosa siempre queda en error administrativo, defecto de forma... o lo más grotesco, cuando nos sueltan que el delito ha prescrito, como parecía que iba a ocurrir con Fabra, el de Castellón.
Pero nuestro ex Molt Honorable ha tenido lo suyo, a él el castigo ha sido ir a juicio, sentarse en el banquillo y, sobre todo, que sus orejas tuvieran que escucharse a sí mismo tan juguetón y mimoso con un personaje como el Bigotes. Ese mismo que en otra conversación le llamaba “gilipollas”. Ahí es nada.
Nuestro país siempre ha funcionado como un gran zoco en el que cualquier transacción o compra se tiene que negociar regateando. Y en la Justicia aplicamos las mismas reglas del juego, como si estuviéramos mercándonos una alfombra oriental o un vulgar reloj de imitación.
Cuando las autoridades quieren que circulemos a 130 o 140 kilómetros por hora, nos ponen la señal a 110-120, porque saben que nos pasaremos del límite. Y si a nuestro President de la Generalitat le tocó ser el chivo expiatorio, sufrir el escarmiento ejemplarizante de toda la desprestigiada clase política, pues se le juzga aunque sin llegar a sentenciarle culpable, que para eso se ha regateado.
Lo que sí me ha extrañado es el fallo del jurado. Me esperaba una absolución argumentando que no se podía probar que las contratas millonarias a la trama Gürtel estaban relacionadas con los regalos a Camps y Costa. O que técnica y jurídicamente eso no era punible. A fin de cuentas, podría darse el caso incluso de que las empresas que luego prestaban esos servicios a la Generalitat eran las mejores, las más eficientes, en cuyo caso, los obsequios eran algo irrelevante. Pero nunca me hubiera imaginado que los miembros del jurado no se crean que había regalos, trajes, un peluco que daba el cante... después de oír los pinchazos telefónicos de la Policía al “amiguito del alma” al que Camps “quiere un huevo”. ¿Le profesaba ese amor sincero y tierno por diseñar tan buenas campañas de promoción? ¿Es costumbre felicitarse la Navidad con nuestro fontanero, decorador de interiores o cualquier otro profesional que nos ha trabajado? ¿Cómo es que la dependienta -según declaró en el juicio- se quedó esperando que Camps viniera a pagar y él sólo la saludó?