Amor de compraventa
La polémica es vieja, tanto como la cuestión que la provoca: la prostitución. Se practica en los lugares más inopinados e inadecuados: travesías, carreteras, polígonos industriales, barrios habitados por gentes ajenas a esta actividad… Pero la cosa alcanza su punto álgido cuando a estas señoras, o señoritas, cuya pieza de vestir que más cubre es el bolso en el que guardan sus herramientas de trabajo (un paquete de toallitas húmedas y una caja de condones) instalan su campo de operaciones en las proximidades de una zona residencial, o sea, de gente bien; entonces se arma la de Dios es Cristo y, lo cierto es que a esta gente no le falta razón, pues siempre se dijo que cada cosa en su lugar y el turrón en Navidad.
Son unos ilusos quienes pretenden erradicar un ejercicio tan antiguo y lucrativo como es el negocio del sexo, máxime si se tiene en cuenta que es un excelente caldo de cultivo para otro comercio mucho más pernicioso, como es el de las drogas. Pero a nuestros gobernantes no parece importarles demasiado este asunto, a juzgar por la laxitud, casi indiferencia con que se lo toman. Yo rompería una lanza, como suele decirse, no a favor de la prostitución, por lo que conlleva de miseria y pillaje, sino por estas mujeres, que me merecen respeto, y a la vez me inspiran compasión, porque son los seres menos libres de nuestra sociedad hipócrita. Las que ejercen en carreteras y polígonos pretenden conquistar cierto margen de libertad, al huir de proxenetas o alcahuetas que las esclavizan como animales de cuadra y apenas les dejan para ellas una ínfima parte de lo que ganan con su cuerpo.
El ejercicio de la prostitución debería ser legislado como otro cualquiera y dejarnos de gazmoñerías inspiradas en una moral trasnochada. Las prostitutas tendrían que disponer de lugares en los que ejercer su profesión, gozar de protección policial y asistencia sanitaria, a la vez que estar sujetas a cumplir con las obligaciones contributivas que los demás ciudadanos, no vivir en esa especie de limbo, en ese absoluto desamparo. Quizás de esta forma, tendrían la oportunidad de ser auténticas expertas en las artes amatorias, en vez de copular groseramente detrás de un camión, o en la esquina de un edificio, a la vista de quienes no desean verlas.
[volver]