Así califican los críticos más recalcitrantes la entrega incondicional y entusiasta de miles, tal vez millones de españoles, a los partidos en pugna por la Eurocopa de fútbol. A esta actitud también se la tilda como propia de la eterna España de pandereta o amor, pan y fantasía. ¡Parece mentira! –dicen estos sesudos ‘pensadores’– con la situación angustiosa que estamos viviendo los españoles, y las multitudes se vuelcan hacia un puñado de tíos que corren tras un balón. Mejor que emplearan ese entusiasmo en causas más provechosas.
Todas las opiniones, creo yo, merecen respeto siempre que se expresen respetuosamente, pero pongamos cada cosa en su sitio. Las plazas se han llenado de gente cada vez que ha llegado el momento. Las gentes han sido apaleadas mientras se revelaban pacíficamente contra esta situación angustiosa a la que nos ha llevado la injusticia social más infame conocida en los últimos 50 años.
Somos muchos, aunque no suficientes, los que mantenemos (aprovechando los medios que caen a nuestro alcance) la cuerda tirante contra dicha situación, pero esto no quiere decir, ni sería aconsejable, que vivamos exclusivamente por y para ello, yo, personalmente, que nunca tuve paciencia para ver u oír entero un partido de fútbol, he seguido con interés todos los encuentros de esta Eurocopa, al menos desde los cuartos de final, por dos razones: una porque era mi país quien la competía y otra, no menos importante, porque lo que hemos tenido ocasión de gozar pasa de ser simple fútbol, a deporte elevado al rango de puro arte.
Y disfruté cada buena jugada, y estuve en vilo con cada situación de peligro que se presentó en la portería española y me entusiasmé con cada gol que se cuajó en la de los contrarios, y en esos 90 minutos la emoción eclipsó en mi mente la Prima de Riesgo, y el Déficit Público, y el agujero negro que tienen los bancos… en la conciencia, porque el Ser Humano, en general, necesita, a ratos, evadirse de la realidad amparándose en la ilusión, en la fantasía. Es el único animal consciente de que la última estación de su recorrido habrá de ser la muerte, se nos pasa la vida tapando agujeros y el último lo tapamos con nuestro propio cuerpo, por eso está capacitado para paliar tan inexorable realidad con la chirigota, la anécdota o cualquier cosa que nos haga reír o emocionarnos hasta llorar de puro gozo, y los españoles, en particular, somos capaces de hacer chiste hasta de nuestras calamidades. Esta facultad nos ayudó, por más que se diga, en tiempos muy difíciles; casi imposibles.