Nos seguimos conformando con dos platos de cocina política más bien insípidos, cuando no indigestos, en el menú de cada día que nos sirven PSOE y PP. De entrante, paladeamos un Gobierno que hace socialismo de peineta, cuidando de nuestra salud (muy importante, no lo dudo) para que no fumemos, no corramos con el coche... cuando ahora la enfermedad que más nos hace retorcernos de dolor es estar en el paro, o con el miedo en el cuerpo por si nos echan a la calle.
Y de postre tenemos a una oposición penosa, que en lugar de contarnos de una vez qué piensa hacer para mover la economía de todos (la suya, la de sus amigotes los empresarios, esa sabemos muy bien cómo la van a alegrar, jibarizando salarios, haciendo despidos asequibles... en fin, con libertad de mercado), pues vomita críticas memas a las pocas medidas que adopta ZP.
Les molesta a los de derechas no poder meter la quinta en el Mercedes sin que el coche vaya ahogado, claro. Es que a 110 km/h... adónde vamos a ir. Curioso que ellos que idolatran tanto EEUU, el paraíso de las oportunidades y de la sabiduría política, no se hayan fijado en que allí no puedes pasar de 80 por hora sin que te detengan. Como a mí no me cuesta nada reconocer las cosas que creo bien hechas, pues felicito a los yanquis (y a los canadienses, que también lo aplican) porque desde que limitan así la velocidad, sus índices de siniestralidad en carretera nos pegan 20 vueltas a los de Europa, en positivo. Otra cuestión sería opinar sobre esa manía suya de llevar cochazos de seis y ocho cilindros, consumiendo gasolina a mansalva, para circular a tan poco velocidad y, casi a diario, metidos en atascos.
Pero deberíamos aprender su lección de la seguridad: el hombre debe ser macarra al volante por naturaleza, y si no le pones la brida para que se desboque, pues acaba estampado contra una farola o dando vueltas de campana en una cuneta.
¿Se va a ahorrar petróleo, como dice Zapatero, con rebajar el máximo a 110 por hora? No gran cosa, la verdad. Si todas las medianas de las autopistas y autovías fueran placas solares y en los peajes recargáramos las baterías de nuestros coches eléctricos, sobraría todo el petróleo.
Ese sería un primer plato nutritivo en el menú, al que podría seguir un segundo realmente rico en calorías sanas: hacer que todo el transporte público sea gratuito y usemos el coche particular sólo para llegar a lugares inaccesibles.