Semanas de pasión
Vivimos unas fechas en las que se mezclan las pasiones tradicionales de la muerte y resurrección de Cristo, con las pasiones políticas. La cosa sagrada no despierta demasiada intriga, puesto que sabemos, por la experiencia de muchos años, que el Redentor es muerto en la cruz y a los pocos días resucitado por Lázaro, pero en el desmadre que se ha armado con los asuntos de corrupción, hay suficiente material como para tener la certeza de que la política no va a encontrar redentor que la redima, ni Lázaro que resucite su decencia.
No todos los políticos son corruptos, pero su número rebasa escandalosamente lo soportable y el daño que está causando a nuestro maltrecho país imperdonable.
Lo hasta aquí expuesto, con ser grave, no es lo peor, ya que lo más nocivo, es la semilla de descrédito que esta gentuza disfrazada de políticos está sembrando en la ciudadanía. Quienes vivimos un periodo de dictadura férrea que se comió lo mejor de nuestra juventud, asistimos atónitos a este deterioro del régimen de libertades que en su día recibimos como agua de mayo tras una sequía que parecía no tener fin. Cómo prolifera esta recua de desalmados, estas gentes que más que pensar en el bien común, cometen todas las guarradas que les vienen a mano con el único fin de engrosar su patrimonio. Esta casta de desaprensivos son los más encarnizados enemigos de la democracia. Son, no me cabe ninguna duda, quienes propician la intervención de los dictadores salvapatrias, ya nos conocemos la historia.
Nuestro país se debate en una agonía económica que no parece tocar fondo y el gobierno socialista no parece encontrar la ruta que nos lleve a buen puerto. Si algo merece ser elogiado, es su empeño por evitar que la enconada crisis que padecemos no recaiga sobre los más débiles, algo que logra sólo a medias, pero fuera de esa buena intención, sus errores son garrafales, trata a la desesperada de tapar goteras con puñados de tierra. España está pidiendo a gritos un cambio de gobernantes, sangre nueva que nos saque del atolladero, pero yo me pregunto, y les pregunto a ustedes: si hoy hubiera unas elecciones generales, ¿a quienes votaríamos? A los dos partidos mayoritarios yo, al menos, tengo claro que no. Ninguno de ellos me merece confianza.
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