El panorama político en España, pero sobre todo en la Comunidad Valenciana, está convulso, y mucho, a raíz del mutis por el foro protagonizado, tarde y mal, por el ya expresidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps.
Cuando otros enfangados en el caso Gürtel han decidido asumir su culpa, reconocer que han delinquido, pagar la multa y pelillos a la mar, Camps sigue erre que erre, negando la mayor y huyendo hacia adelante, enarbolando una demagogia insultante que raya en el cinismo y que da a entender que el meollo de la cuestión son cuatro trajes (o tres, según González Pons en Radio Nacional, para quien igual mañana ya son dos trajes y un jamón o tres trajes y dos paletillas). Tanto Camps como Pons, y otros muchos a este nivel, saben que eso no es así, aunque sea rentable defenderlo a capa y espada, porque los votantes parece que son fáciles de convencer.
El regalo de tres, cuatro, catorce o catorce mil trajes, que para el caso da igual, no significa nada en sí mismo si no se mira más allá. Aquí no hay que buscar el qué se ha regalado sino el porqué se ha regalado. Y eso es lo que la Justicia debe averiguar y obrar en consecuencia, caiga quien caiga.
Ahora, después de muchas contradicciones, rescatadas hábilmente por los medios de comunicación (porque la memoria es efímera pero la hemeroteca no), finalmente Camps ha optado por dejar su cargo en manos de quien él ha querido, con el mentón desafiante y pretendiendo quedar para los restos como el mejor patriota que nunca se haya conocido por estos lares.
No hubiéramos tenido que llegar tan lejos si antes de las elecciones se hubiera hecho limpieza y cualquier candidato bajo sospecha hubiera sido apartado. Pero no sólo en el PP, sino en cualquier partido, que ovejas negras las hay en todos. Y mientras, los votantes han sido de nuevo engañados y utilizados.
Se van unos, entran otros y, como canta Julio Iglesias, la vida sigue igual...