Juan José Fernández Cano
Nuestros antiguos correligionarios, ahora correveidiles, nos han puesto a los pies de los caballos para que nos coceen a sus anchas. El pueblo ingrato nos vocea instándonos a que cambiemos de aires.
—Eso te pasa por regalarles flores y darles tanto chocolate. Las flores se las comen y el chocolate se les sube a la cabeza.
—Los voceros de ese Escaparate que oculta la trastienda tenebrosa (nido de víboras y alacranes) no callan ni bajo el agua, son como cotorras, pero sin domesticar, animales de pluma, además no son capaces de inventar ni una noticia, se las tiene que contar la Guardia Civil. Todo este cirio no es más que una conspiración orquestada por ese periódico y su camarilla de rojos.
—Tal vez no se les dio bastante chocolate…
—¡Coño, deja ya el chocolate, si acaso que les den café! A lo que íbamos. Tú no tienes que hundirte porque se te impute de cuatro delitillos de na…
—Cinco, son cinco.
—Bueno, pues tanto da; al final te puede juzgar un tribunal popular…
—¿De nuestro partido?
—¡Hombre, ya se verá! Pero no te agobies, el jefe de los ojos tristes, hasta salió reforzado de su trance, tal vez podría contarnos cómo lo hizo, además, yo conozco a una especie de Kin Kong con el pelo cardado que de un guantazo desnuca a cinco voceros, sobre todo si son rojos. Somos un partido fuerte, fíjate hasta qué punto, que ni la oposición es capaz de tumbarnos, han de ser los de nuestra propia cuerda los que nos toquen les castañetes.
—Son unos desnaturalizados.
—Sí, pero con mucha raza, no me lo negarás. Y volviendo a lo nuestro; quédate conmigo, como último recurso, siempre nos quedará la posibilidad de crearnos un pequeño paraíso…
—¿Fiscal?
—¡Qué leche fiscal! Me refiero a un huerto suburbano.
—¡No me hables de Urbanismo que vomito!
— Tú serías aguadera de esparto y yo frágil cantarilla de barro…
—¡¿Frágil?!
—Bueno, es un decir. Yo bajaría de la parra, me refugiaría en tus pléitas y ambos viviríamos libres de agobios políticos en nuestro florido pensil. Y guardaría la poma de la tentación bajo siete llaves para que tú no la mordieras. Las urracas quebrarían los atardeceres con sus destemplados graznidos y los perros chingarían sin condón pero con licencia municipal, como Dios manda; y nosotros nos ganaríamos el pan con el sudor de tu frente, criaríamos pimientos y tomates para elaborar sustanciosas pipirranas a las que echar buenas mojaditas.