Editorial nº 631
Está demostrado que vivimos en un sistema político, económico y social tan viciado que hay que recurrir al pataleo masivo y a la algarada pública para que los de arriba hagan caso a los de abajo, cuando, curiosamente, los segundos podrían vivir sin los primeros pero no al revés.
Centrémonos en el caso de la Generalitat Valenciana, que es la que se está cubriendo de gloria en las últimas semanas. ¿No se supone que no había dinero para pagar todo lo que la conselleria de Educación debía a infinidad de colegios e institutos de la Comunidad Valenciana? Ha bastado una ola de frío siberiano y las incómodas imágenes de estudiantes siguiendo las clases envueltos en mantas o ataviados con batines para que Conselleria suelte la mosca y se ponga al día, al menos abonando todo lo que debía del año pasado.
¿Había o no había dinero? ¿O es que estaba guardado para pagar otras cosas aparentemente más útiles que la educación? Porque, a fuerza de recibir conocimientos en los colegios e institutos, los estudiantes pueden pensar demasiado, incluso tener sus propias ideas, y a la que te descuidas se te ponen gallitos y hay que darles una mano de leches para que sepan quién manda aquí, como ha ocurrido en Valencia.
Luego están las farmacias, dinero que tampoco interesaba aflojar, que a los cien años todos calvos y el que quiera medicinas que se las pague de su bolsillo. A fuerza de protestas y cierres de farmacias, la cara de algunos se ha reblandecido y de nuevo ha habido que rascarse el bolsillo, un bolsillo que, recordémoslo (sobre todo los de arriba), tiene el dinero que tiene porque lo estamos poniendo entre todos, algunos más que otros.
Y así varios ejemplos más. Como el de muchos municipios de esta Comunidad, ahogados por las deudas del Consell ¿Cuándo se atreverán los ayuntamientos del PP a plantarle cara a sus propios ‘jefes’ y reclamarles lo que deben? Eso sería mirar por el pueblo; y otra cosa, es otra cosa.