Acabamos el año avivando las llamas de la indignación que nos rodea y nos indica que algo no va bien en este sistema nuestro, tan preñado de desigualdades e insalvables abismos sociales.
Tras el escándalo Urdangarín, que ya está imputado y tendrá que dar la cara por sus supuestos trapicheos económicos, la Casa Real se ha visto forzada a sacar a la luz el detalle de sus cuentas y la forma en que reparte los casi nueve millones de euros que recibe de los Presupuestos del Estado.
El nuevo Gobierno de Mariano Rajoy, que ya ha dejado claro que la culpa, de lo que sea, seguirá siendo de Zapatero hasta nueva orden, ha dado su primer golpe bajo anunciando la congelación del salario mínimo, que se queda en 640 euros brutos al mes, también hasta nueva orden.
Mientras, gracias a ese loable, pero tardío, ejercicio de transparencia ‘real’, los españolitos nos hemos enterado, echando cuentas, de que el Rey Juan Carlos cobra más de 24.000 euros al mes (en doce pagas). Brutos, menos mal, osea que el neto debe de ser mucho menos, dónde va a parar.
Que una persona de sangre roja (la azul sólo existe en los cuentos de hadas), sea rey, presidente, alcalde, concejal o cualquier otro cargo público, cobre al mes bastante más de lo que un trabajador ‘normal’ gana en un año, es cuando menos llamativo.
Sin embargo, podría ocurrir que esa persona se mereciera esa remuneración, un debate que vamos a dejar abierto para que cada lector saque sus propias conclusiones.
No queremos cerrar el año sin referirnos al juicio de Camps, con jurado popular en Valencia (que es lo mismo que si hubiera que juzgar a Franco -es un suponer- en el Valle de los Caídos y con un jurado compuesto por seguidores de Intereconomía). Salga lo que salga, no olvidemos que hay mucho más que cuatro trajes, pero muchísimo más.
Pues nada, feliz año.