Por Juan José Fernández Cano
Me da por pensar que este retoque, o arreglo del lenguaje, lo inventó una señora llamada Eufemia, enemiga acérrima de términos demasiado recios y contundentes, de ahí que, a los viejos se nos llame señores o señoras de la tercera edad, a los ladrones malversadores de fondos y a las putas señoritas de moral distraída. Se conoce que la bienintencionada señora, aún a riesgo de hacer trastabillar antiguas máximas, como: a las cosas hay que llamarlas por su nombre, al pan pan y al vino vino o, las cuentas claras y el chocolate espeso, pensó que no estaría demás engrasar un poco los términos para que entrasen algo más suaves, sobre todo al constatar que viejos, ladrones y putas, son gremios de nuestra sociedad que aumentan de forma alarmante y desproporcionada, por lo que nos veríamos en la necesidad de mentarlos tanto, que nuestra gramática podría quedar hecha unos zorros.
No es descabellado pensar, y hasta esperar, que la cosa de limar asperezas lingüísticas continúe su labor redentora, suavizándonos palabrejas que nos arañan los oídos y nos envenenan el alma, como: corrupción, prevaricación, hipoteca, prima de riesgo, reajustes, sistema financiero y un larguísimo etcétera que terminará por saturar nuestro diccionario y deshilachar nuestro sistema nervioso. Al hecho de que en nuestro país se esté llegando a una cuarta parte de la población en edad de trabajar sin tener un jornal ni esperanzas de encontrarlo, qué eufemismo podría aplicársele; y el que nos digan a los jubilados con 45 o 50 años cotizados a la Seguridad Social que no tendremos la asistencia sanitaria que merecemos y que, a tan buen precio hemos venido pagando a lo largo de nuestra vida; y cuando nos cuentan que nuestros nietos van a tener crudo lo de recibir una enseñanza presentable y, más crudo todavía ejercer el oficio aprendido (en caso de haberlo logrado) porque los pocos puestos disponibles ya estarán copados por amigos, parientes y allegados de los políticos de turno, en tanto que el remanente de dinero mal ganado continúa su ruta migratoria a paraísos fiscales, porque nuestras descafeinadas democracias europeas no son capaces de evitarlo.
¿Cómo llamaríamos a esto?
Mi imaginaria señora Eufemia habrá de darse con los talones en el culo para disfrazar tanta ignominia y que a las injusticias sociales las podamos llamar con otro nombre, porque las cacas de perro están mejor en bolsitas de plástico, quedan… como menos presentes, aunque más presentables. Por más que sigan siendo cacas de perro.