A fuer de sincero diré que, como habitual espectador de las Entradas Cristiana y Mora desde hace décadas, tenía la seguridad de que los ibenses y su Fiesta no defraudarían a ningún vecino o forastero que se acercase a contemplar su más que centenaria celebración. Algunos agoreros, que siempre los hay, tintados de buena dosis de amarillismo habrán quedado defraudados. Y así ha sido. Como siempre, mi enhorabuena al pueblo de Ibi y a todos los responsables de que las cosas hayan salido bien.
Quizá el párrafo anterior hubiera tenido mejor asiento al final de esta pequeña crónica —la grande, la oficial, le pertenece por derecho propio a mi amigo José V. Verdú—, pero hay ocasiones que conviene imprimir las cosas en el frontis y no el colofón. Y vayamos al Passeig antes que se nos vaya el santo al cielo.
La entrada Cristiana comenzó puntual. El Capitán, Pascual Moltó Barrachina lucía un traje adecuado para que el sol reflejase sus brillos, sin embargo le faltaba llevase en sus manos —y esto ya lo dije en otra ocasión, en 2009 concretamente— algún atributo de su cargo. Las llaves de la Villa es un objeto sobrevenido, no el distintivo de su estado. De su boato destacaría el acierto del aire de ansotanas de los trajes femeninos, muy ad hoc con los Cides. El discurrir de toda la entrada, sobrio, agradable y fluido. El taller de música Castell Vermell y Unión Musical de Ibi me llamaron agradablemente la atención. Quizá les falte algún símbolo identificativo de su condición ibense. Un apunte para los Contrabandistas: ¡Qué manía de llevar los cabos de escuadra su navaja medio cerrada! A la hora de arrancar, esperando el fort del pasodoble para abrirla del todo como explosión de entusiasmo festero y comenzar a desfilar me parece muy bien, pero se echan en falta durante el trayecto los molinetes y desplantes tan característicos de la peculiar comparsa. Al final, dos horas de desfile que pasaron volando por lo ameno.
Por la tarde, en la Entrada mora, el mismo buen tiempo y la misma afluencia de público. Eugenio Díaz Valero, capitán moro por los Tuaregs, acompañado de Cristina Moltó Martínez, ambos montados en una espléndida carroza, fueron aplaudidos de continuo. Su traje, sobrio y sin perifollos innecesarios. La imaginación y el esfuerzo siempre dan buenos resultados y así se vio.
Decía yo hace pocos días en un artículo de la Revista de Fiestas que las fiestas de hace treinta años no son las de hoy y que las de hoy, no serán las de dentro de otros treinta, sin embargo, hay cosas en la actualidad que deberían ser desechadas de inmediato, pues no vienen de la costumbre o de la Tradición, que es la que decanta la Fiesta, como por ejemplo: las vulgarmente llamadas “batucadas” o los grupos pretendidamente musicales que sólo hacen ruido sin ton ni son, o alguna que otra pequeña carroza como la de cierre de los Tuaregs. ¿Qué aportan a las Entradas? Antes al contrario, las vulgarizan y las desmerecen. En cambio, en los mismos Tuaregs, el espectáculo que ofrecía la uniformidad de músicos y componentes de la comparsa llenando la calle Constitució era imponente. Chapeau!
Por la tarde, al finalizar la entrada Mora tuve la misma impresión agradable de por la mañana y, sin duda alguna, fue por el discurso ameno e ininterrumpido del desfile. Creo que la reducción de escuadras especiales en favor de las escuadras con el diseño oficial de las Comparsas, engrandeció el verdadero espectáculo por ver casi al completo a los miembros de cada una de ellas. Los espectadores disfrutaron, buena prueba de ello fue el que nadie se levantó de la silla hasta el mismo final de la Entrada. Como siempre, me quedan muchas cosas en el tintero, como por ejemplo: la problemática de los boatos de las Abanderadas y su mesura o desmesura, pero el espacio manda. Otra vez será.
Adenda brevísima: Mis felicitaciones a mi amiga María Salvador, que la vi desfilar de Chumbera ya entre los mayores. La Tradición y la Fiesta ibense tiene la continuidad asegurada.