¡Al fin lo dijo! Aunque con matices, el Sumo Pontífice puso luz verde a los anticonceptivos, un paso acertado para achicar distancias entre la realidad social que vivimos y la doctrina que predica la iglesia Católica, anclada en unas tradiciones arcaicas que entran en claro conflicto con los problemas y necesidades del tiempo que vivimos.
Un conflicto fue siempre para el ser humano compaginar sexo, amor y procreación, ya que, difícilmente, andan los tres conceptos cogidos de la mano por este camino escabroso y complicado que nos toca recorrer a lo largo de la vida y, si a todo ello añadimos los problemas de conciencia que pueden acarrear las creencias religiosas, la vida puede resultar un verdadero infierno. Las demás especies animales lo tienen mucho más simple: sus ciclos reproductores se encargan de marcar estas pautas, de importancia vital para todo ser vivo, exceptuando a los monos, que andan siempre cascándosela en las ramas de los árboles sin el menor asomo de pudor.
El hombre, que viene a ser el animal más parecido al mono en esto de la sexualidad, siempre anduvo a caballo entre sus necesidades sexuales y sus convicciones sociales, y religiosas en caso de tenerlas. Esto viene de antiguo; en tiempos de mis abuelos, en que comer tres veces al día ya suponía un lujo, las mujeres parían casi todos los años, se conoce que funcionaban a piñón fijo y sin frenos. Siempre oí decir a mis mayores que los antiguos jodían sin malicia, de buena fe, lo que daba como fruto familias, no ya numerosas, sino multitudinarias: una tía-abuela mía parió 22 veces, otra 18 y mi abuela paterna 10.
Los de mi generación, cuando descubrimos que aquello de que cada niño nacía con un pan debajo del brazo era un camelo, tratamos de poner remedio a tal disparate y echamos mano de todos los medios que caían a nuestro alcance: condones, ligamientos de trompas, la famosa píldora y hasta el método Ojino, también el Coitus Interruptus, llamado vulgarmente “marcha atrás”, el más barato y socorrido para el trabajador, a la vez que el más dañino, porque consistía en meter la marcha atrás cuando alcanzabas los100, y esto equivalía a terminar con la caja de cambios hecha unos zorros. Lo del beneplácito del Papa hacia los condones no deja de ser un avance aunque, a los de mi generación… de poco nos sirve ya. Ni para evitar embarazos no deseados ni, a muchos de nosotros, para acallar problemas de conciencia, que en este aspecto, nunca nos quitaron el sueño.