Por J. J. Fernández Cano
Siempre se dijo que el mejor amigo del hombre era el perro, a lo que yo añadiría que también el libro sería merecedor de tan honroso calificativo, pues ambas compañías destacan por su fidelidad inquebrantable, aunque sobre esto hay diversidad de opiniones, como en la fiesta de los toros, como en todo lo que se refiere a nuestro día a día. Hay quienes con un libro al lado se sienten igual de solos que sin ese tocho de papeles escritos que no le dicen ni malo ni bueno, igual que los hay, para quienes responsabilizarse de un chucho, al que hay que alimentar y asear, sin contar con la atención veterinaria, que puede costar un pico, supone una carga difícil de llevar. Este servidor de ustedes se confiesa adicto a las aficiones ya mentadas y, hasta a alguna que otra más: me siento bien acompañado de un perro, un libro, un árbol, unas plantas (ya sean hortícolas, o puramente ornamentales) un puñado de amigos dispuestos a compartir un rato de charla y una frasca de vino, y, aunque suene a contradicción con lo expuesto, algunos ratos de soledad también me son necesarios para centrarme en mis cosas, para dar rienda suelta a la poca o mucha imaginación que poseo.
Pero volviendo al tema de las mascotas, concretamente perrunas, quisiera señalar que ha sido una buena idea la expuesta por la edil Ana Tello proponiendo habilitar un espacio adecuado para perros, puede ser una forma de, si no evitar, al menos paliar esa abundancia de meadas de perros en esquinas, ruedas de automóviles, troncos de árboles, entradas de viviendas y cualquier cosa que sobresalga dos palmos del suelo; humedades que cuando las calienta el sol hieden a demonios fritos, por no hablar de las plastas y zurullos que adornan nuestras aceras, que obligan a ir sorteándolas como si corrieras una carrera de obstáculos, ya que si te despistas y aplastas alguna, la desagradable situación te pone en el brete de fregar la alpargata, o arrojarla al contenedor que más a mano te coja.
Quiero a los animales y admiro la proverbial fidelidad del perro, pero reconozco que si tuviera que pasear a mi can con una mano ocupada por la correa de su collar y la otra por la obligatoria bolsita de plástico, se me haría muy penoso. Solución: no tengo perro. Por eso veo muy acertada la idea de crear espacios adecuados para perros, en los que los animales puedan gozar de cierta libertad, sus amos satisfacer su capricho, y los ciudadanos, amantes o no de los perros, gocemos la libertad de transitar por las calles y plazuelas de la villa con la cabeza alta, quiero decir, sin adoptar la insoslayable precaución de caminar por un campo minado, ni respirar el hedor de orines perrunos recalentados.