Por J.J. Fernández Cano
Todos vivimos pendientes (o al menos los que nos interesamos por el nuevo rumbo que ha tomado la política tras las últimas Elecciones Generales) de qué va a pasar: ¿quién o quiénes nos habrán de gobernar en el futuro más inme- diato?
Esto no evita que sigamos con la vista puesta en los muchos y gravísimos casos de corrupción que se están cocien- do en los tribunales y los que, continuamente, como un goteo sin fin, van apareciendo día a día. Tendrían sus señorías que idear una fórmula casi mágica, para que esta ingente cantidad de enjuiciados paguen sus culpas sin suponer –sin continuar suponiendo– una carga para las ya escuálidas arcas del Estado; pues, imagínense ustedes, cuando al fin se deslinden los casos Gürtel, los ERE, las tarjetas opacas, el Brugal, amén de los Pujol, el Metro de Valencia, el ya mentado Urdangarín y su cónyuge y una larga ristra más de casos que, sin duda, escapan a la extensión de que dispongo y a la capacidad de mi memoria. Calculen, decía, la multitud de gente que tendrían que meter en chirona. ¿Habría suficiente espacio donde ubicarlos? Y lo que no es menos importante: estamos hablando de una especie dotada de conciencia frágil pero de pico fino, ¿se adaptarían al rancho carcelario, en el que no sirven, precisamente, menús como los que están acostumbrados a degustar? ¡Pobrecillos!
Otro punto muy a tener en cuenta es que dicha especie no se adapta muy bien a la cautividad, los demás humanos tampoco, pero éstos menos, ya que vienen acostumbrados a una vida regalada, que no tiene ningún parecido con la tristeza del encierro, lo que acarrearía infinidad de problemas psicológicos en tan sensibles mentes y haría necesaria una costosa asistencia sanitaria, algo que, añadido a lo ya mentado, supondría un coste colosal para el erario público de esta España nuestra de las corrupciones y los recortes.
Aun a riesgo de que se me tilde de lunático, propondría una comisión a Lourdes (donde los milagros) para rogar que esta especie devolviera, siquiera algo de lo robado. Después los dejaría en libertad con el único cargo de tenerlos controlados, impidiéndoles acercarse a donde hubiera dinero público, tabicando las muchas puertas giratorias que continúan funcionando en nuestro país, con el fin de impedir que se nos volvieran a colar, dejando que esta grey se buscara el condumio con las mismas fatigas que miles, millones de españoles, lo vienen haciendo.
A la España que trabaja y paga sus impuestos, la de quienes seguimos pensando que Hacienda deberíamos de ser todos (y no era únicamente un eslogan publicitario, como dicen por ahí), y no tributar sólo los que sudamos la camiseta, nos saldría el asunto de los corruptos más económico que la solución cárcel.