No, no es ninguna errata. Si hubiera que inventar una nueva palabra que definiera el estado actual de Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia durante 24 años y actual senadora, sería la que da título a este artículo. Y no hablamos de dinero, que también (por supuesto), sino de ese revestimiento marmóreo que recubre la cara de esta señora, que cada vez se asemeja más a su caricatura xavicastillense que a ella misma.
Alguien que ha vivido toda su vida de la política, lo hiciera mejor, peor o rematadamente mal, llega un momento que no sabe hacer otra cosa más que mandar y ordenar, esperando que su recua de pusilánimes agradecidos le haga la ola. Cuando eso dejó de ocurrir, gracias a las últimas elecciones municipales, y Rita tuvo que sacar su coche particular del garaje del Ayuntamiento de Valencia (porque durante 24 años se benefició del vehículo oficial), la exalcaldesa debería haber pasado a encabezar la oposición, con dignidad y sabiendo encajar la derrota y su nueva situación con deportividad y espíritu democrático, asumiendo su nuevo rol de concejal ni-ni (que ni pincha ni corta).
En lugar de eso, la sempiterna alcaldesa hizo mutis por el foro (o por el forro) y dimitió como edil. Pero no abandonó la política, no, sino que pasó a engrosar ese carísimo, a la par que inútil, cementerio de viejas glorias que es hoy en día el Senado. Un nuevo ‘trabajo’, por cierto, donde el Partido Popular ya se ha encargado de hacerla fija, para que nos entendamos; lo que supone que, haya nuevas elecciones, o gobierne Rajoy, o Pedro Sánchez, o Pablo Iglesias, o incluso los titiriteros, nadie le va a mover la silla, se siente en ella o no (porque últimamente ni siquiera tiene la decencia de acudir a sus obligaciones en el Senado, sean éstas las que sean).
Es más, gracias a que es senadora, también se beneficia del blindaje judicial que supone ser aforada, de modo que, en caso de ser imputada por algún delito, tendría que ser juzgada por un tribunal distinto al que le correspondería a un ciudadano cualquiera (el Tribunal Supremo, nada menos). Pero, ¿no habíamos quedado en que la justicia era igual para todos? Pues que nos lo expliquen, oigan.
Ahora, mientras todo se desmorona a su alrededor por la sombra de la corrupción, ella sigue en su atalaya, desafiante, pasando palabra y apuntillando a un partido ya de por sí moribundo y descabezado. ¿Hasta cuándo?