Por J. J. Fernández Cano
Tras unos meses de investigación sobre el asunto de las facturas emitidas al Ayuntamiento repetidas dos, y hasta tres veces, el PP ibense, a través de su concejal de Hacienda, el señor Serralta, ha dado ´solución´ al caso declarando el asunto como ´información reservada´. Las razones que esgrime el edil no admiten ni cuestionarse: han tomado esta decisión, declara, con el loable fin de preservar el buen nombre y honorabilidad de los funcionarios municipales que tramitaron estas operaciones. Así, al menos, estaban las cosas cuando escribí este artículo.
Según su forma de obrar, señores mandamases, no tienen por qué dar explicaciones ni rendir cuentas a oposición y ciudadanos, que además, luego se van al periódico y lo cascan. ¿No son ustedes los amos, los que mandan? Pues a mandar, señoritos, que para eso estamos. Para eso acudimos sumisamente a las urnas cada vez que nos lo piden, a entregar nuestros destinos, nuestras vidas y, hasta nuestras almas en sus manos, lo que les da a ustedes legitimidad para freírnos a fuego lento, para exprimirnos con impuestos abusivos a los pocos que continúan trabajando.
Ahora pretenden dar un paso más en esa imparable transformación que consiste en que la política no esté al servicio de la ciudadanía, sino al contrario; pretendiendo que ciudadanos y medios (los pocos que gozan de cierta independencia), enmudezcamos ante el imparable alubión de asuntos sucios con que nos están bombardeando –15 casos abiertos de corrupción política en nuestra villa ibense ya es algo que sobrepasa con mucho la decencia– pues, mes a mes, día a día nos despertamos con un nuevo escándalo, adobado, eso sí, con nuevos recortes a los de siempre, o sea que los que pueden sacan tajada y los que no cargan con la mediana.
En el franquismo de mi juventud había que oír, tragar y callar. En este triste remedo de democracia que nos va quedando, nos obligan a oír y a tragarnos carros y carretas, pero, déjennos al menos, la libertad de mostrar nuestro inconformismo, nuestra repulsa a tanto desatino gubernamental y a tanta podredumbre política. Déjennos, siquiera, el derecho a morir pataleando, puesto que, hasta los humildes conejos gozan de tal gracia.
Cuando lleguemos a las próximas elecciones, si es que esto no pega antes el estallido, pienso votar al partido del Capitán Trueno, Crispín y Goliat. Sé que los héroes de mi infancia no nos van a sacar del atolladero en que nos han metido nuestros falsos demócratas, pero al menos, no me quedará el regomello de haber depositado mi confianza en quienes no lo merecen.