Por J. J. Fernández Cano, escritor
Este Gobierno nuestro parece condenado a nadar contra corriente, vaya el río en la dirección que quiera. No parece ser bastante tener que abrirse camino en una situación desesperada contra la que venimos luchando casi lo que va de año (de este condenado año que ya agoniza, por fin) sino que los problemas, problemas de gran calado por su gravedad, brotan o crecen como las setas en otoño.
Los casos de violencia de género alcanzan cifras más que preocupantes y el freno a semejante lacra social no tiene trazas de lograrse. Tampoco se vislumbra una solución medianamente aceptable para el gran problema de la migración, una peliaguda situación que, al parecer, solo deja abiertos dos caminos: saltarse el cumplimiento de los preceptos humanitarios por medio de un contundente rechazo, o cumplirlos dando amparo y cobijo a una ingente cantidad de seres necesitados, que se debaten entre la vida y la muerte, algo sumamente difícil de asumir como no encuentren una solución intermédia. Los partidos que ejercen la oposición cumplen con el cometido al que nos tienen acostumbrados: oponerse por sistema a todo lo que propone y plantea el Ejecutivo, más que a proponer alternativas que ayuden a solucionar algunos de los muchos y graves problemas que nos aquejan; firmes en su propósito de derribar este cortijo que es España, para aprovechar el solar. Y así les luce el pelo: su malsana actitud les conduce a avanzar un paso y retroceder tres en su desatinada carrera política.
Aunque lo verdaderamente llamativo e incongruente de este mapa político que pretende (deseo que logre) conducir a nuestro país por el mejor camino, es el comportamiento del ya caduco PSOE, me refiero al de los barones territoriales, en su función de oposición contra el Gobierno de coalición actual. No terminan de digerir que el bipartidismo en el que tantos años han estado cómodamente instalados PP y PSOE, haya pasado a mejor vida, en tanto que el Pedro Sánchez de sus pesadillas, cada vez que lo matan (políticamente, quiero decir) resucita con nuevos bríos.
A ese antigüo PSOE, hay que reconocerle sus viejas glorias, que las hubo, ya que en las primeras legislaturas del felipismo se lograron muchas e importantes mejoras sociales, hasta que se prostituyó al caer en la cuenta de que la corrupción era más rentable, económicamente, que la honestidad y el bienhacer para el pueblo. El entonces presidente González llegó a alcanzar una alta cota de prestigio y poder, pero sus últimos tiempos de mandato estuvieron marcados por la lacra de la corrupción. No pretendan dar ahora lecciones de ética al actual Gobierno de coalición, al que, a pesar de sus errores, no se le han descubierto casos de corrupción. De los únicos que se habla, es de los que quedan del Gobierno de Rajoy y del Rey emérito.