Seguros de sí mismos
Cuanto más importante es el tema en cuestión, menos nos convencen la mayor parte de nuestros políticos en sus discursos. Así de escueto, de descorazonador me lo participaba una buena amiga hace apenas unos días, se ven incapaces de convencernos de lo que ellos mismos no están convencidos y esto, debe resultar tarea difícil, por más virtuoso que cualquiera sea en el arte de la simulación.
La empecinada crisis que padecemos ha descolocado a los políticos que nos gobiernan, llevándolos al extremo de no saber qué contarnos ni cómo contárnoslo para que parezca razonablemente creíble y, quienes aspiran a gobernarnos se debaten en un montón de lodo, amasado con una variedad de ingredientes que van de la impaciencia por gobernar a costa de lo que sea, a la vaciedad de contenido y en donde no falta la corrupción, como especia que da color y olor –sobre todo olor– a la flaca alternativa de gobierno que nos ofrecen. Esa inseguridad, o lo que es peor, seguridad mal fingida que los ciudadanos vemos en quienes rigen nuestro destino, hace que se nos caiga el alma a los pies, pues… viene a ser como si en una familia, los hijos ven impotentes cómo sus papás andan siempre a la greña, más preocupados en mantener su potestad que en solucionar, o al menos paliar, los problemas más acuciantes que les agobian.
En estas situaciones de río revuelto, si algunos pescadores sacan ganancia no son, precisamente, los ciudadanos, ya que, siempre hubo, y habrá, los salvapatrias dispuestos a rescatarnos del caos, en el nombre de algún dios justiciero, de los valores históricos de nuestro suelo ibérico o de ambas cosas, recuerde: España: una en lo universal y consignas de ese tipo y, quienes componen estas ideologías extremas, tanto si son de derechas o de izquierdas, no se andan con chiquitas, se creen en posesión de la verdad absoluta y por tanto, con potestad para podar del mapa a todo el que no piense como ellos y, estos sí están seguros de sí mismos, échese un vistazo a los años 30 del siglo pasado, cuya historia no queda tan lejos. Me asusta pensar en la posibilidad de que repitiéramos esa negra historia, puesto que quienes lo vivimos tan de cerca y tantos años, sabemos que en aquella época sólo vivieron bien unos pocos.
Quienes tenemos este oficio de rellenar cuartillas, evitamos ser repetitivos con el mismo ahínco que el de mearnos en la cama. Sin embargo, yo repetiré hasta la saciedad que el mayor enemigo de una democracia es la propia democracia, cuando su fin primordial de procurar el bien de la sociedad, degenera en un afán desmedido por ostentar el poder a costa de lo que sea, pensado que cuanto más poder, se sacará mejor tajada.
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