Por J. J. Fernández Cano
Sí, un verano más seco, una vuelta de tuerca más a las ya habituales sequías que vienen torturándonos desde muchos años atrás. Esto, más que un capricho meteorológico, parece una maldición bíblica. Con más o menos frecuencia, con mayor o menor abundancia, en todas las regiones de nuestro país las tierras se refrescan con algún que otro chaparrón, lo que hace que sus acuíferos se regeneren, sus embalses alcancen niveles razonables y su vegetación se sostenga. En la franja comprendida desde el norte alicantino a la provincia de Murcia, pasamos meses y meses sin ver una gota; nuestros cultivos de las sierras alicantinas, compuestos mayormente por olivo, vid, almendro y cereales, van a menos año tras año de forma más que preocupante. El monte, todavía poblado de pinares y matorral, se nos presenta traspillado, agonizante, y sobre el descenso del nivel de los acuíferos que abastecen nuestras necesidades, tanto domésticas como industriales y agrícolas, ya se vienen oyendo voces de alarma. Voces más que justificadas.
Quienes nos críamos dependiendo de lo que daba el campo, quienes veíamos a nuestros padres y abuelos con la mirada puesta en el cielo mostrando esa mezcla de esperanza y temor y a nuestras madres y abuelas murmurando oraciones a Dios, a la Virgen o los santos de su devoción, rogando que nos librasen del temido pedrisco, o que se presentara, al fin, el tan ansiado temporal y nos aliviara de la prolongada sequía, continuamos llevando en la sangre ese interés, casi ansiedad, por lo que pueda aportarnos la meteorología, por lo que pueda caernos de ese cielo, tan cercano como díscolo y caprichoso, el día siguiente o la semana próxima.
Ya sé que estas ideas (más que ideas sentimientos) solo se dan en un puñado de viejos románticos producto de una crianza de pura subsistencia, propia de una época de posguerra que nos levantó como pudo. Hoy son mayoría los que piensan y sienten de forma muy diferente, su sentido de la vida es mucho más práctico; el tiempo que pueda hacer mañana les interesa en función de sus planes y comodidad: si amanece un día despejado, es bueno, no necesitará el engorro del paraguas o el impermeable, no importa que los campos estén más secos que un crespillo, de todas formas las cosechas están a montones en los supermercados…
A los amantes de la agricultura y de la Naturaleza en general, se nos encoge el ánimo contemplando el matorral de nuestras sierras: seco hasta las raíces, y los pinares, que vistos desde cierta distancia aún aparentan estar verdes, basta meterse entre ellos para constatar que solo les queda vida en las copas, ya que mirados desde el pie de sus troncos, dos terceras partes de su altura se visten con ramas secas. Muertas. ¡Lástima que tan valioso pulmón llegue a perderse en nuestra comarca!