Por José Luis Fernández Rodrigo
A mí me sigue llamando la atención ver las banderas del partido que gana las elecciones, cada vez que hay cita con las urnas, las celebraciones, ese ambiente sano de afiliados y simpatizantes entusiasmados. Al contemplar esas multitudes y recibir la avalancha informativa con las estadísticas de los resultados (“vencedor con más del 30% de los votos...”) tiene uno la sensación de que ese tópico de la “fiesta de la democracia” se cumple, que hay una movilización general de los españoles para decidir su futuro y cómo quieren que se gestionen los cuartos de todos.
Pero, en realidad, la imagen resulta un tanto engañosa, porque esos porcentajes deberían reflejar las papeletas sobre el censo total de electores, esto es, sobre los 36 millones y pico de personas mayores de edad con derecho a voto. En ese caso, el candidato más legitimado para ser el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, por encabezar la lista más votada, seguirá en el poder con un 21% de apoyos de los españoles que podían elegirlo, solo uno de cada cinco. ¿Eso se corresponde con un respaldo mayoritario y con ese clima feliz de que hay “soberanía popular”? Y no me refiero a “popular” como del PP, claro, sino del pueblo.
Sigamos con el recuento: el PSOE, 15% de votos; Unidos-Podemos, 13%; Ciudadanos, 8%... mejor no ir más allá, porque el resto ya da pena, visto con este recuento más fiel a la realidad. Porque el ganador de los comicios fue la abstención, con más de un 30% del censo de 36 millones de almas, o sea, nada menos que 11 millones.
Para comprenderlo mejor: si estamos un grupo de amigos decidiendo en plan asamblea si vamos a un concierto de rock o de pic-nic, seguro que si somos 12 eligiendo, contaremos 7 votos a favor de la música, 4 por irse al campo y uno que no sabe/no contesta, por ejemplo. ¿Qué pensaríamos si hay más gente que no sabe/no contesta que el resto? Probablemente les daríamos una colleja y les obligaríamos a mojarse, a decir algo.
Pues con las elecciones lo que tocaría es coger de la solapa a esos 11 millones de abstencionistas para ver qué quieren de una vez. Más de un columnista les ha echado ya el rapapolvos antes que yo porque, a diferencia de lo que se creen, con esta postura supuestamente “inteligente” de no dejarse engañar por los políticos lo que hacen precisamente es eso: facilitar que les tomen el pelo a ellos y a todos nosotros. El peor paleto es el que no se fía de nadie, por si acaso. Ese no sale de su pueblo nunca, no arriesga, se queda en su burbuja, impermeable al mal, pero también al bien. Ya sé que ningún partido entusiasma al cien por cien salvo a sus incondicionales, aunque eso no nos libra de la responsabilidad de tomar decisiones. A los habituales de la abstención, en este 26J se les han sumado bastantes cientos de miles, casi un millón, de podemitas que no querían ir de la mano de Izquierda Unida, y “puretas” del ala de Gaspar Llamazares que tampoco tragaron con la alianza junto a Pablo Iglesias. Enhorabuena, ahora tendremos más recetas liberales de Rajoy, menudo progreso.