Pobrecitos toros... si son españoles
Perdón por esta opinión a toro pasado -nunca mejor dicho-, porque la polémica del capotazo en Catalunya me ha pillado de vacaciones, pero es que la fantochada pseudoecologista lo merece.
Los antitaurinos que se lo llevan currando hace años están de enhorabuena con esa prohibición territorial de las corridas, y cualquiera con un poco de sensibilidad y sentido común debería felicitarse. Pero hasta cuando se hacen las cosas bien, la estúpida lógica nacionalista lo enmierda todo. Claro que hay que acabar con la tortura animal jaleada en nombre de la tradición, pero los diputados catalanes han votado contra un supuesto símbolo español, han intentando -sin conseguirlo, porque nadie sensato se siente identificado por un traje de luces o una montera- escupir en la cara a esos vecinos de la Península Ibérica que tanto desprecian, con un mensaje nítido: aquí no somos tan bárbaros como vosotros, som un poble avançat i modern...
Si de verdad les importaran los sufrimientos del animal, habrían metido en el lote de la prohibición esos toros embolats tan típicos. ¿O es que no es tortura el goteo ardiendo sobre la cabeza de la bestia, enloquecida por el miedo al fuego en sus cuernos y acosada por una multitud? Tranquilos, que desde Esquerra Republicana de Catalunya, ese partido tan coherente, nos dieron la respuesta: “hay una diferencia clara, la muerte del animal”. Y ya está, todo arreglado. Pero si lo realmente menos despreciable de los toros es el desenlace, que al fin y al cabo pone fin a los sufrimientos, siempre que la estocada sea precisa. Lo más impresentable son las banderillas y el picaor, o sea, las cobardes triquiñuelas para debilitar al astado y dar ventajas al torero. Ahí radica el carácter sangriento de este indefendible ¿espectáculo?
Así que sigamos proscribiendo estas barbaridades -todas, no sólo las que huelen a españolismo- y, si realmente perdura la afición, pues civilicen su fiesta, señores taurinos: ¿no perdonan a algunos toros por su bravura? Pues perdónenlos a todos, sáquenlos al ruedo, hagan su faena de capote y muletazos, sin pincharles, y luego devuélvanlos a la dehesa. ¿Por qué no? Y conste que modestamente lo propone alguien que no ha asistido a ninguna corrida en su vida, ni creo que lo haga.
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