Por José Luis Fernández Rodrigo
Después de la alianza de PSOE y Ciudadanos, los podemitas presagian un fiasco para las “clases populares”, la gran oportunidad perdida de un Gobierno de izquierdas, y los liberales ven a salvo los sagrados “mercados” porque se ha esfumado el fantasma de los bolcheviques de las coletas.
Para mí, que ni una cosa ni la otra. Tampoco hay que dramatizar, porque en nuestro mundo occidental, los políticos cada vez tienen menos margen de maniobra, apenas frenar un poco la codicia de la oligarquía económica.
Albert Rivera y Pedro Sánchez hacen buena pareja de baile (político). Su moderación e indefinición les permite meterse en la cama (política) con cualquiera sin que el resultado chirrie demasiado. El socialista lo ha resumido bastante bien: “él es de centro-derecha y yo de centro-izquierda”, es decir, bien centraditos los dos, bajos en calorías, en cafeína y bajos, en general, en todos los sabores e ingredientes. Por eso se entienden tan bien.
El status quo no peligra, pues. Aunque a mí me parece casi el acuerdo ideal: faltaría Podemos. El hartazgo generalizado requiere de una regeneración, sin llegar a la catarsis, una limpieza en profundidad de los dos partidos mayoritarios. El PP porque echa pus en Madrid, Valencia y por tantas heridas abiertas en su seno, desde la tesorería hasta el último alcalde pillado en falso. Y el PSOE por el fraude récord en Andalucía y en algunos otros feudos donde ha conservado el poder, aunque en su caso la necrosis está más concentrada en el sur.
Pero los resultados electorales no permiten el vuelco natural completo, que debería haber sido un Gobierno de la nueva Transición, con Podemos y Ciudadanos, que encarnan la frescura y en muchos aspectos proponen medidas de cirugía similares en nuestros sistema democrático. Por mucho que entre ellos se descalifiquen y no quieran saber nada el uno del otro, suman unos nueve millones de votos y representan la nueva izquierda y la nueva derecha. Lástima que necesiten más apoyos, un compañero de viaje que, inevitablemente, tiene que ser la vieja izquierda o la vieja derecha.
Algunos apelarán al criterio de la lista más votada para decantar la balanza, pero su corrupción está tan extendido que esas siglas no son, hoy por hoy, presentables para seguir llevando las riendas de la Moncloa. Debería tomar esa responsabilidad el PSOE, a cambio de dimitir en bloque en la Junta de Andalucía, donde tienen pendientes los pufos multimillonarios de los ERE.
Ahora solo falta que Pablo Iglesias se una al dúo de los centristas y venda caro su respaldo: que ponga sobre la mesa una docena de medidas de choque irrenunciables en materia económica y social, como hizo en la noche electoral. En lugar de negociar la vicepresidencia o unos cuantos ministerios, que pelee por el “programa, programa” por el que clamaba Anguita. Y que se deja de “servicios secretos”, que parece Anacleto el de los tebeos.