En el argot deportivo, sobre todo futbolístico, cuando un equipo gana a otro por un solo gol de diferencia se suele decir que ha habido una victoria ‘por la mínima’. Salvando las distancias, lo mismo le ha ocurrido a Camps y Costa con el juicio de los trajes, para sorpresa de muchos, pero no de esta redacción, que ya vaticinaba el veredicto hace semanas. Porque eso de que un tribunal popular juzgue a Camps en Valencia suena un poco a cachondeo. Viene a ser como si el pato Donald tuviera que ser juzgado (Dios no lo quiera) y como sede del juicio se eligiera Disneylandia.
Si el ex Molt Honorable hubiera sido juzgado en, pongamos, Andalucía, Extremadura o en cualquier otro lugar donde fuera uno más, tal vez otro gallo hubiera cantado, o al menos él mismo no se hubiera comportado de una forma tan desafiante, soberbia y, por qué no decirlo, maleducada.
Por la mínima, reiteramos, por cinco votos a cuatro, Camps ha sido declarado no culpable (curioso eufemismo, no entendemos muy bien el porqué, teniendo en cuenta que lo que se presupone es la inocencia del acusado, y no su culpabilidad, de modo que las formas correctas deberían ser ‘inocente’ y ‘no inocente’, pero no al revés).
Salir indemne de ésta, ante el asombro de quienes han declarado en el juicio que nunca vieron a Camps pagar nada, no quiere decir que el expresidente de la Generalitat esté libre de polvo y paja. No olvidemos que en su momento mintió (no se nos ocurre ningún eufemismo que defina ‘no decir la verdad’) cuando dijo que no conocía de nada al señor Bigotes, y posteriormente una grabación le delató deshaciéndose en halagos y espetándole que le quería 'un huevo’ (sic).
No es oro todo lo que reluce y en la Comunidad Valenciana más bien quedan ya pocas cosas relucientes. Y no son cuatro trajes, no se olviden de ello. Que aún queda mucho por ver la luz. Tiempo al tiempo.