Por José Luis Fernández Rodrigo
Estoy convencido de que si limpiáramos todos nuestra escasa cultura política de esa capa de pasión irracional, prejuicios y fobias que nos convierte en forofos del Barça y el Madrid, léase PSOE y PP, o ahora también algunos del Atleti y el Valencia (esta Liga, no tanto, los “xé”), que vendrían a ser Podemos y Ciudadanos, seguro que nos iban mejor las cosas.
En lugar de jalear al defensa leñero de nuestro equipo para que le triture la tibia al delantero contrario, haga lo que haga, podríamos ir al estadio a difrutar de un buen espectáculo deportivo. Al fin y al cabo, se supone que para eso pagamos la entrada. Siguiendo con esta metáfora fútbol-política, eso significa que si uno es un liberal que se precie, debe aplaudir cuando Espe Aguirre alerta de que Manuela Carmena instaurará soviets en los barrios madrileños. Y en caso de cojear de rojeras, pues tiene que hacer sangre del PP con el accidente del tren gallego que descarriló cuando desgraciadamente circulaba a toda leche.
Son dos ejemplos de ese sectarismo, de miseria intelectual en ambos lados del espectro político.
Pero aparte de estos gestos -postureo se llama ahora- les propongo que evalúen en qué nos cambian la vida nuestros gobernantes, sean de un partido o de otro. Si lo analizamos con serenidad, nos daremos cuenta de que la alternancia entre PSOE y PP en el poder no ha variado sustancialmente una especie de hoja de rota, como una inercia histórica que se diría dictada por otros, no voy a decir que por un “demiurgo”, un ser superior que ordena el mundo, un dios, si se quiere, pero todo huele a que quienes mandan están entre bastidores, en la trastienda, no se presentan a las elecciones.
De vez en cuando enseñan su patita, se alude a ellos de forma un tanto misteriosa y reverencial, son “los mercados”. Mirando las cosas en perspectiva, a finales de los 70 tocaba pactar la Transición desde la dictadura, normalizar nuestras leyes con unas reglas del juego democráticas, al menos un poco democráticas. En los 80 nos hacíamos europeos a base de autopistas y autovías, para poder circular en coches alemanes (también franceses) y así pagar el peaje de tantas ayudas europeas. En el pacto también había que renunciar a algunas vacas y viñedos a cambio de subvenciones para otros cultivos, en un reparto de cromos que nada tenía que ver con los intereses de la población de los países comunitarios, sino más bien dela gente que maneja, que mueve, pastosos, vaya. Llega la década de las Olimpiadas y la Expo, arranca el AVE, el primero de otros muchos que convertirían después a España en el país del mundo con más líneas de Alta Velocidad, o casi. ¿Despilfarro? Seguramente, ¿pero quién fabrica las locomotoras y ha hecho caja con estos españolitos manirrotos? Tecnología germana y gala, otra vez. Con el cambio de siglo y milenio llega la burbuja inmobiliaria, ese milagro español del que tanto saca pecho Aznar, y del que qué vamos a contar: primero se forraron y luego el rescate bancario multimillonario tenía como principal objetivo resarcir las deudas de bancos españoles con... bancos alemanes y otros especuladores de medio mundo, que en el mercado globalizado las finanzas no tienen fronteras y nadie sabe de dónde sale el dinero.
Ahora, en nuestra década toca recortes, austeridad en el gasto público y cumplir con el déficit, aunque nos enteremos de que Pilar de Borbón, Imanol Arias, el ya exministro Soria, Bertín Osborne, Messi y hasta la mujer de Felipe González (y los que quedan) se lo montaban en Panamá para escurrir el bulto con Hacienda.
En resumen, el curso de la historia contemporánea lo escriben los negocios, y nuestro voto influye muy poco: socialistas y populares son quienes más veces se han puesto de acuerdo en el Parlamento, aunque no les guste que se les recuerde. Incluso si gobernarán los de la coleta, a quienes se demoniza por tan supuestamente “radicales”, esa lógica económica que nos empobrece y defiende la desigualdad -cuando no la agranda- se impone a nuestros políticos.
Por eso, no dramaticemos, no se va a hundir nada ni nos van a expropiar, gobierne quien gobierne. Contentémonos con algún pequeño progreso y demos nuestro voto al que nos solucione detalles de nuestras vidas, sin grandes expectativas ni ambiciones, aunque sea del Celta de Vigo o el Betis, que también tienen su oportunidad en la Copa del Rey.