Por J. J. Fernández Cano
El tiempo vuela. Cinco años ya desde que la gente ocupó calles y plazas para manifestar su indignación contra los abusos gubernamentales que ya llegaban a una situación de auténtica asfixia para la llamada clase media, que es la más sufrida y numerosa, la que no depende de puestos privilegiados en la política ni de negocios millonarios, sino del fruto de su trabajo. No me cabe la menor duda, de que aquel grito bronco y unánime diciendo ¡ya basta! no se perdió en el eco de la distancia, pues, por más que haya quienes afirman que aquella eclosión quedó solo en flor de un día o algarada sin más consecuencias, supuso el germen de un cambio que poco a poco va dando sus frutos.
Para mí, y creo que para muchos que piensan como yo sobre este asunto, el 15-M dio lugar a buena cantidad de grupos o plataformas sociales que han frenado, y hasta impedido, desahucios tan violentos como injustificados, e innumerables casos de abusos de poder. Ya supone un avance bastante significativo el hecho de que vayamos alcanzando, aunque de forma lenta, muy lenta, algunos logros en esta lucha por una sociedad más justa y todo, (esto creo que no admite duda) gracias a la presión social ejercida por las gentes de la calle, por quienes tienen el coraje, no de tirarse al monte, como se hacía en otras épocas, también de abusos y tiranías, sino a las calles a unir sus voces indignadas para gritar: ¡ya está bien de tantos despilfarros, de tantos apaños y corrupciones de toda índole! El pueblo llano no pide siglas de izquierdas ni de derechas, sino gobernantes decentes en los que poder depositar su confianza.
A los miles de personas que han salido nuevamente a las calles para conmemorar o reafirmar su indignación por la forma en que hemos sido gobernados no les hace ni puñetera gracia que ningún partido político ¡ninguno! pretenda sacar tajada electoral de su espíritu y esencia puramente reivindicativo. A quienes se arrimaron a su manifestación los echaron con cajas destempladas, por más que coincidan en muchas de sus demandas de justicia social, de igualdad de derechos. No por ningún sentimiento de animadversión hacia los políticos, que todos sabemos que sin ellos no habría democracia, sino porque el 15-M se considera un movimiento global, no sujeto a doctrinas ideológicas ni conveniencias políticas que lastren su espíritu puramente social.
Por otra parte, dos llamadas a las urnas para Elecciones Generales en tan corto espacio de tiempo llevan a muchos electores al desánimo, ya que los mensajes electorales de los candidatos siguen siendo los mismos: más que mostrar un afán por sacarnos de la orfandad gubernamental en la que estamos sumidos a través del entendimiento, se les ve una tendencia inequívoca a auparse al poder a costa de machacarnos con sus manidos discursos. Una presión social pacífica, pero contundente, supone una parte viva, integral de una democracia real, no descafeinada como la que venimos padeciendo.