Por J. J. Fernández Cano
Si la montaña alicantina siempre adoleció de pobreza en lo que se refiere a ese bien tan preciado que son las lluvias, estos últimos años estamos batiendo récords. El que estamos viviendo ha sido bastante generoso en toda la península, sin embargo, en nuestras tierras, la franja que comprende el sur de Valencia, toda nuestra provincia alicantina y buena parte de la de Murcia, parece que nos ha caído una maldición; los temporales, provenientes del Atlántico en su mayor parte, cuando llegan aquí vienen vacíos, se vuelven para atrás, o tal vez salten nuestro litoral y se pierdan en el mar buscando las Baleares, quién sabe. Total, que nos dejan mirando al cielo con la esperanza frustrada por un desengaño más.
Y si a ese régimen pluviométrico raquítico, que dirían los expertos, le añadimos la sospecha y casi certeza de que una avioneta sobrevuela nuestras cabezas para disolver nubes y espantar las infrecuentes lluvias, la preocupación se torna indignación. Porque no somos los únicos que nos hemos percatado, ahí ya varias denuncias presentadas a la Guardia Civil en la provincia de Castellón.
Centrándonos en nuestra comarca, que es la que más cerca nos coge y la que más vivo nos atañe, vemos impotentes cómo pinares y matorral apenas sobreviven con un mínimo de humedad, así como el arbolado de cultivo, compuesto en su mayor parte por olivos, almendros y viñedos. Los cereales, empero, no llegan ni a esa mísera subsistencia: llevan varias campañas de auténtica ruina. Y en lo tocante al mantenimiento del nivel de los acuíferos, hace tiempo que se vienen oyendo voces de preocupación, sino es que de auténtica alarma. Acuíferos antaño abundantes como el de la Espartosa, en el término de Castalla, que además del servicio local vienen surtiendo a Busot y Jijona en virtud de un convenio con la empresa Aguas de Muchavista, están registrando unas mermas que nos ponen en alerta sobre el futuro abastecimiento, si no se corrige el ritmo de sus extracciones.
Este escrito no supone (o al menos no es esa mi intención) una crítica hacia nadie en concreto, si acaso, la constatación de unos hechos innegables que se vienen desarrollando desde hace tiempo y a los que, hasta ahora, no se ha visto una decidida intención de poner freno. Se consume más agua de la que se genera y ese camino solo conduce a un lugar: el agotamiento del caudal. Lo más socorrido sería echar la culpa a este o aquel gobernante, alcalde o partido político, pero lo cierto es que esa vieja táctica está ya muy manida. Debemos tomar conciencia, todos, de que el agua, o líquido elemento como solemos llamarla, es un bien vital al que todos tenemos derecho, y cuando digo todos, me refiero a toda especie de seres, humanos o no. Si no mimamos estas sierras alicantinas administrando sus escasas aguas como pan bendito, pasarán de su condición de áridas, a puro y duro desierto. Procuremos, al menos, que eso sea lo más tarde posible.