Vaya cantinela aburrida y sin futuro: “Hemos vivido todos por encima de nuestras posibilidades... no hay dinero para pagar tantas pensiones, funcionarios, medicamentos, etcétera”. El poco imaginativo programa de la derecha, ese que tantos españoles esperaban como salvador de la crisis, se basa en sanear las arcas públicas a tijeretazos.
Es de suponer que con unas administraciones muy bien administradas, rácanas hasta el infinito, nuestros magnánimos empresarios van a estar satisfechos y se van a poner a contratar gente como locos. A mayor escala, en las alturas, “los mercados” también nos agradecerán estar en la miseria y sin subsidios ni ayudas públicas, jodidos pero sin déficit, y no especularán con tanta voracidad con nuestra prima de riesgo y otras pamplinas de este sistema económico regido por la ley del más fuerte (y villano).
En lugar de estrujarnos algo la materia gris para que nazcan nuevos sectores industriales, y para que los que tenemos ya despierten de una vez, todas las recetas anticrisis consisten en no gastar de la caja de todos.
Nuestro calvario es que las empresas no tienen pedidos. Parece obvio, pero nadie mueve ni un dedo para resolver ese problema. En Francia prometen varios candidatos a presidente de la República una subida generalizada de sueldos (para quienes cobren menos de 1.500 euros al mes) de 200 o 300 euros al mes, según el aspirante a suceder a Sarkozy. Y nadie se escandaliza. Incluso explican de dónde van a sacar ese pastizal: la hija de Le Pen promete un impuesto a los importadores de productos para financiar esa alegría salarial de los pobres. Además, argumenta que así se favorece la fabricación en tierras galas, al penalizar a quienes se vayan a comprar fuera.
¿Por qué no? No se trata de chauvinismo, sino de tender cada vez más al autoconsumo, el autoabastecimiento y la autosuficiencia. Para empezar, ahorraríamos mucho en transporte y funcionaríamos de una manera más ecológica, que ya va siendo hora. ¿Espárragos de Perú? No, por favor, de Navarra. De tierras peruanas traigamos estrictamente lo que no se pueda cultivar o fabricar aquí.