Los niños y las niñas
Las niñas ya no quieren ser princesas, cantaba Sabina allá por los ochenta del pasado siglo. Tampoco los niños de aquel entonces soñaban ya con ser toreros, o bomberos, como un par de décadas antes, sino ejecutivos a bordo de coches despampanantes para deslumbrar a las niñas que habían arrumbado al trastero la vena romántica. Eso si: tanto ellas como ellos, tenían meridianamente claro que para alcanzar tan altas cimas sólo existían dos caminos: desarrollar su talento (en caso de tenerlo) en las aulas de la Universidad, o echarle coraje –y no menos talento– y ponerse a trabajar por cuenta propia. Quedaban otras opciones como ser hijo de potentados o acertar una quiniela millonaria, aunque esto, era privilegio de muy pocos.
Aquellas décadas dieron una buena cosecha tanto de, universitarios que rozaban la brillantez, como de buenos profesionales que sin haber pasado por las aulas, crearon pequeños negocios o empresas que hoy se conocen como PIMES, y que hasta ahora han supuesto el 80% del empleo en nuestro país. No todos han llegado a ser los altos ejecutivos que soñaron, pero han elevado su nivel de vida muy por encima del de sus padres y de paso, han generado muchos puestos de trabajo; lástima que los gobiernos democráticos que nos han venido administrando, no hallan valorado ese potencial en su justa medida y, en vez de verlo como una inagotable fuente de riqueza para la Administración, hubieran optado por aflojar un poco la mano en la cuestión fiscal y que parte de ese beneficio, hubiera recaído también en mejoras para los obreros que trabajan en dichas empresas, cuyos salarios nunca llegaron a ser decentes.
Las vacas flacas –y locas– que lucen su desnutrición por nuestro panorama nacional, parecen haber hecho reaccionar a nuestros gobernantes hasta llegar a la conclusión de que esas “insignificantes” empresitas y esos trabajadores autónomos suponen la arteria de la economía, pero puede que la cosa tenga ya mal apaño. Ese espíritu emprendedor se ha ido apagando y está a punto de extinguirse, las niñas y los niños de ahora, además de no querer ser princesas ni toreros, tampoco aspiran a ser empresarios, ni los universitarios a terminar sus carreras, su meta está en lograr un puesto en la Administración, aunque sea de recadero, o de asesor de alguien. Es lo que “mola” vamos. La prueba está en que aparece una plaza y se presentan 900 aspirantes.
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