Sin ser acertada la forma de elegir al nuevo presidente de la Generalitat Valenciana tras la dimisión de Francisco Camps (es decir, a dedo), parece que Alberto Fabra llega a la Presidencia autonómica dispuesto a insuflar aires nuevos y a separarse al máximo de su predecesor y todo lo que le recuerde.
Los primeros movimientos de Fabra se apartan, desde luego, de lo que muchos se temían, sobre todo al haber sido designado directamente por Camps sin consultar con el resto del Partido Popular y, lo que es peor, con los votantes que apostaron por este candidato en las pasadas elecciones autonómicas. Sobre el nuevo president planea, además, la sombra de una dinastía todopoderosa en Castellón, los Fabra, cuyo máximo exponente, el presidente de la Diputación de aquella provincia, tiene una forma de gobernar cuando menos curiosa.
Conviene aclarar, no obstante, que Alberto Fabra no tiene nada que ver con esta familia y lo único en común con ella es su apellido, algo totalmente circunstancial. Y se nota. Los modos de hacer las cosas por parte de Alberto Fabra, de momento, están siendo acogidas con esperanza por quienes recelaban en un principio y sospechaban que el nuevo presidente de la Generalitat iba a ser un títere del anterior, quien, por cierto, esperemos que no sea juzgado por un tribunal popular, o al menos no en Valencia, puesto que en ese caso no es preciso ni celebrar el juicio para pronosticar que quedará absuelto, libre de polvo y paja y encantado de haberse conocido, a él, a su sastre y al Bigotes, a quien Camps negó tres veces (como San Pedro a Jesucristo) hasta que tuvo que reconocer que mintió y que, en realidad, sí le conoce, y además le quiere “un huevo” (sic).
Entre los avances de Fabra está acabar con esa tontería de que TV3 no se pueda ver en la Comunidad Valenciana. Por algo se empieza.