Qué gusto da entrar a cualquier poblado habitado por humanos -desde la minúscula aldea aislada en una cordillera lejana a la inacabable metrópoli de modernos rascacielos- y respirar su historia, su pasado, con algún legado para recordar cómo se las ingeniaban para sobrevivir allí.
En Ibi han tenido una idea brillante para que cualquiera forastero que les visite pueda echarle ese vistazo a su mejor patrimonio, al plantar un ‘pou de neu’ en el cruce de las carreteras de Castalla-Onil con la de Alicante (así eran toda la vida, antes de la Autovía Central). No estoy al corriente de quién lo decidió, pero le felicito.
Tal vez si nosotros demostráramos un afán de superación como el de aquellos pioneros ‘geladors’ para crear una industria nueva, saldríamos antes de esta crisis. Porque estamos obsesionados buscando culpables y, en realidad, nada tienen que ver nuestros problemas con la gestión de ningún Gobierno, porque la gangrena la tenemos en un sistema económico viciado en sus entrañas, en el que los triunfadores no son quienes idean un producto útil, resistente, original... sino quienes son capaces de vivir del esfuerzo de otros, en el limbo de las finanzas, de la economía irreal, improductiva, de la oferta y la demanda y la especulación, devaluando o sobrevalorando acciones. ¿Acciones? Papel sin valor auténtico, apuntes contables, una entelequia.
Cuando los moradores de la Foia subían a nuestros montes a almacenar nieve abrigada con paja para que aguantara sin fundirse y poder luego acarrear deliciosos helados al Puerto de Alicante, habían sido capaces de crear una demanda. Y si unos listillos vividores hubieran pretendido en aquella época apropiarse de su esfuerzo registrando una sociedad inversora que cotizara en Bolsa, con la promesa de prestarles dinero primero para que compraran más carros o construyeran más pozos, para ganar en dimensión en su empresa, ¿dónde les habrían mandado aquellos bravos artesanos del frío? Seguramente les habrían “invitado” a subir ellos también al Teixereta para ganarse el pan como ellos, y dejarse de empresas grandes, que cuando te descuidas, con tanta cantidad de helados, se te derrite la mercancía.
En lugar de hacer esa cuenta de la vieja tan injusta de que los que trabajan (dichosos) no pueden sostener actualmente a tantos funcionarios, piensen más bien en esa minoría de compatriotas que viven -y bastante bien- del mundillo de las finanzas, rentistas, inversores, usureros, ‘brokers’ y quienes se lo llevan crudo a paraísos fiscales. ¿Qué aporta toda esa gente a nuestra sociedad y a nuestra caja?