Por J. J. Fernández Cano
La crianza y educación de los hijos nunca fue fácil, de hecho, hay padres y madres, personas ética y moralmente intachables, que tras haber recorrido tan ardua y delicada tarea, confiesan desolados su estrepitoso fracaso: ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esto? También los hay, esto es innegable, que no pueden inculcar a sus retoños unos principios básicos que ellos no tienen, bien porque no los recibieron, o porque no iban con su forma de sentir y pensar.
El fracaso, o acierto, de esa educación mamada en el seno de la familia, tan importante, tan elemental, se traslada, inevitablemente, al colegio. Es el bagaje más importante que el niño o niña llevan en el rincón más íntimo de su mochila, y será el maestro, o maestra, quienes habrán de lidiar con lo que podríamos llamar los cimientos de su educación.
Se viene hablando desde hace tiempo (y no sin razón) del fracaso escolar: el índice de adolescentes que, tras haber transitado por las aulas del aprendizaje primario 10 o 15 años, han dejado que la enseñanza pasara por sus mentes y por su tierna alma sin apenas dejar rastro, como las gotas de lluvia por un cristal, y esto es más que alarmante. Duele en el corazón, y también en los bolsillos de la ciudadanía, que al fin es la que lo costea todo, que el Estado haya invertido tanto en siembra para recoger tan mísera cosecha y, si algo nos consuela, es la constatación de que otros muchos, tanto hombres como mujeres, han aprovechado la oportunidad que se les ofrecía para cursar estudios superiores que antaño sólo estaban al alcance de los hijos de ricos, aunque a estos conocimientos adquiridos en nuestro país se vean obligados a sacarles fruto allende nuestras fronteras. Otros, sin llegar a estudios superiores, se han especializado en cualquiera de las muchas profesiones que resultan imprescindibles en la nuestra, y en cualquier sociedad. España escasea de buenos profesionales.
Y por último están los que ahora han dado en llamar los `Ninis`. Estos hacen saltar por los aíres aquella máxima que aplicábamos los de mi generación a nuestros hijos: estudia o trabaja. Son los que ni una cosa ni otra. De qué viven, pues muy simple: de lo que comen. No se puede negar que lo de encontrar un trabajo no es tarea fácil, pero tampoco que en nuestro país, y concretamente en nuestra comarca hacen falta buenos profesionales, o al menos, jóvenes dispuestos a aprender un oficio sobre la marcha. Afortunadamente, los Ninis aún no son mayoría, pero es un gremio que tendría que empezar a preocupar a nuestro Gobierno, en funciones, tal vez podrían pensar en ubicarlos en el Senado, o en otro de los muchos lugares que sirven de refugio a los políticos improductivos. Es un suponer.