Por José Luis Fernández Rodrigo
A raíz de otro escándalo de los podemitas que le salen “rana” a Pablo Iglesias, como le ocurre a Espe Aguirre, me vuelve a mover a la reflexión un tópico estúpido sobre la izquierda: eso de que para ser coherente con esa ideología, hay que vivir en la pobreza sí o sí, prácticamente dormir debajo de puente.
Antes que nada, la cosa viene de que una concejal de Guanyar Alacant -marca de Podemos en las últimas elecciones municipales- llamada Nerea Belmonte ha firmado contratos de su departamento, Acción Social, a favor de una empresa que casualmente se creó después del paso por las urnas por un par de amigos suyos de la candidatura. Por supuesto, como era de esperar en estos casos, las adjudicaciones las decidieron “los técnicos”, esos funcionarios sabios y sagrados de quienes no hay razón para sospechar.
Por desgracia, aquel espíritu de los acampados en la Puerta del Sol, la esperanza de los desahuciados y desheredados que eran Ada Colau, Pablo Iglesias y tantos otros, se está esfumando a toda velocidad con episodios como estos, a los que nos tenían acostumbrados PP y PSOE. Todo legal, contratas de menos de 18.000 euros que se pueden otorgar a dedo sin pasar por concurso público.
Como a la tal Belmonte le ha estallado el escándalo mientras estaba de vacaciones en la nieve, pues entre los comentarios que ha suscitado el pasteleo este de la concejal alicantina para sus amigos, no podía faltar el topicazo “está esquiando, como buena pija, aunque diga que es de izquierdas”. Y a eso iba.
Yo me pregunto, ¿era Jeremiah Johnson un pijo? Allí en las montañas de Utah, seguro que para moverse en la nieve tendría que deslizarse con estos artilugios a los que no tienen derecho los proletarios. La verdad es que no he esquiado en mi vida, pero si me apeteciera, ¿tendría que renunciar por aquello de que si Marx levantara la cabeza...?
Y qué decir si se me ocurriera jugar al golf. Tampoco me he estrenado en ningún green, ni veo la razón para condenar este deporte entre las costumbres materialistas de las élites.
Comprendo que, en origen, durante mucho tiempo estas aficiones retrataban cierta ostentación, fantasmeo social, mostrar un estatus económico pudiente ante los demás, pero hoy en día se pueden practicar a precios asequibles y sin ropa de marca ni otros aditivos superfluos. Por el mero placer de disfrutar de la vida.
La lista de chorradas que los de derechas prohíben a los de izquierdas con este prejuicio chusco puede hacerse interminable: comer gambas, beber un buen vino, conducir un deportivo, vivir en un chalé, ser Capitán Moro, veranear en Puerto Banús... seguro que a usted se le ocurren muchos más. Sinceramente, con el único límite del lujo despilfarrador, los placeres que cada cual encuentre en la vida, si se los paga con su esfuerzo honrado, ¿quiénes somos los demás para censurarlos? En un mundo justo deberíamos tener todos ese derecho, y no se trata de idealizar lo material, que también tenemos infinidad de formas de ser feliz sin gastarnos un euro.